¡Qué poeta, Anacleto Males!, el menor de los Males, casao con Ambrosía Lustrosa, fea como apoyar la mano en un sapo, pero güena cocinera.
Anacleto escrebía en sopa e’letras. Ambrosía la servía siempre y él, asegún el hambre, hacía dos o tres versos. Un día, a falta de letritas, su mujer usó cabello di’ángel. Anacleto miró aquello confundido, agarró un escarbadiente y jué doblando fideos en letra manuscrita… ¡Una preciosidá e’caligrafía! Estaba por terminar y ¡zás!: la Ambrosía pecha la mesa y le revuelve el caldo… ¡Pobre Anacleto! Era poeta, ¿vio? Su corazón tierno no aguantó. Cayó de jeta contra el plato y, con el último estertor, escupió un fideo que jué a dar a la mesa medio enroscao. Usté dirá que miento, pero le juro por el verso libre, que aquel fideo era su firma mesmamente.