El costo de vivir bajo la promesa incumplida de Carney

Cuando Mark Carney pidió a los canadienses que juzgaran a su gobierno “por su experiencia en el supermercado”, quizá no imaginó lo contundente que sería la respuesta. Siete meses después, las cifras hablan por sí solas: los precios de los alimentos siguen subiendo, la inflación no cede y miles de familias enfrentan la dura realidad de no poder llenar sus refrigeradores.

El más reciente Índice de Precios al Consumidor confirmó lo que los hogares ya sienten cada semana: los precios de los comestibles aumentaron un 4 % interanual, el doble de la meta de inflación del 2 % que fija el Banco de Canadá. Los vegetales frescos subieron un 3 % solo de agosto a septiembre, mientras que la carne de res aumentó 14 % y los productos del mar 5,5 %. El costo de la vida, lejos de estabilizarse, parece encarecerse con cada compra.

Esta situación ha provocado un aumento alarmante en el uso de los bancos de alimentos. En Brandon, Manitoba, el mayor de estos centros reportó un crecimiento sin precedentes en la entrega de paquetes de comida desde enero. Organizaciones como Helping Hands prevén cerrar 2025 con un 25 % más de comidas servidas que en 2023. Es el reflejo más crudo de un país donde trabajar ya no garantiza poder comer dignamente.

Los liberales podrían haber aliviado la presión fiscal reduciendo los llamados “impuestos alimentarios” que elevan los costos en las cajas registradoras. En cambio, decidieron mantenerlos, mientras retroceden en otras políticas —como la prohibición de plásticos— solo para beneficiar las exportaciones. En casa, los consumidores siguen pagando el precio de una gestión que combina déficit, altos impuestos y promesas rotas.

Y el problema no se limita a la comida. El alquiler también aumentó 4,8 % en todo Canadá durante el último año. En Quebec, los precios subieron 9,6 %, con Montreal como epicentro de la crisis habitacional. En el Atlántico, Nueva Escocia y Nuevo Brunswick registraron incrementos del 6,9 % y 6,2 %, respectivamente.

Mark Carney llegó prometiendo un cambio, un liderazgo diferente. Hoy, la realidad muestra lo contrario: más impuestos, más inflación y menos poder adquisitivo. Los canadienses enfrentan facturas más altas para comer, calentar sus hogares y pagar un techo.

El gobierno liberal parece haber olvidado que gobernar no es solo administrar cifras, sino garantizar condiciones de vida dignas. Y mientras los discursos intentan maquillar la crisis, los ciudadanos siguen haciendo cuentas en el supermercado, juzgando —como pidió Carney— por su experiencia diaria.

Canadá necesita políticas reales, no promesas recicladas. Porque el costo de vivir en este país no debería ser, también, el costo de creer.

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