Desde que era niña, las palabras de mi mamá quedaron arraigadas en mi memoria: “La educación puede transformar tu vida.”
Mi mamá, como muchas otras personas, no tuvo acceso a la educación formal que tanto valoraba. Por el lado de mi familia materna, mi prima mayor fue la primera en graduarse de la universidad. Aunque muchas personas se enfocan en el dinero como medida de éxito, sigo estando de acuerdo con la sabiduría de mi mamá: uno de los tesoros más preciados del ser humano está dentro de su propia mente.
Mi mamá nunca asistió a la universidad, más allá de algunas clases para mejorar su inglés. A pesar de ello, es una persona con una inteligencia increíble. Cuando veo que otros la desprecian por su nivel educativo, es cuando realmente comprendo la profundidad de su sabiduría. La educación no define la inteligencia, pero sí puede influir en el respeto que recibimos.
Sin embargo, en nuestra sociedad, la educación formal no equivale necesariamente a una mente sabia, y lo contrario también es cierto. Es innegable que la educación abre puertas y genera oportunidades antes inalcanzables, pero el verdadero valor de una persona no debería medirse únicamente por su nivel educativo. Admiro profundamente a mi mamá por todo lo que ha logrado a pesar de los desafíos que enfrentó. No podría tener la vida que tengo ahora sin ella, y cuando me gradúe, la primera persona a la que quiero agradecer es a mi mamá.
Hay un momento de mi pasado que nunca podré olvidar. Cuando tuve una emergencia médica y llamé a mi mamá, ella condujo hasta Toronto desde Nueva York sin pensarlo dos veces. Cada día que estuve en el hospital, me visitaba, trayendo comida preparada especialmente para mí. Este es solo un ejemplo entre tantos otros. Su dedicación a su familia es algo que nadie podrá arrebatarle, y tampoco es algo que se pueda obtener con un diploma o título universitario.
La curiosidad y el conocimiento adquiridos a través de la vida son invaluables y no deberían ser ignorados en favor de una educación formal. Cada persona tiene algo único que ofrecer al mundo, independientemente de su nivel educativo. Pero lo más importante que mi mamá me enseñó es que nuestras almas están hechas de corazones que aman y mentes que se preguntan. Con estos dos, siempre tendremos todo lo necesario para afrontar la vida que nos espera.










