Tres notables astrónomos de la época, cuatro mil años A.C., decidieron reunirse a orillas del río Nilo, con un fin: crear y divulgar una festividad para celebrar la vida del ser humano, pero no en términos de masas, sino de festejo individual para cada persona y cada un cierto tiempo, para que así hagan conscientes -aunque sea de vez en cuando, y a pesar de las penas- del milagro de sus existencias.
El punto de partida sería el de sus nacimientos, y desde allí definir una cierta frecuencia para el acontecimiento. Esa frecuencia, debía ser una nueva unidad de tiempo exclusiva para aquella festividad, la cual agrupase una cierta cantidad de días, debiendo ser un lapso medible y preciso. Cada uno de los integrantes propondría un método para determinar aquel intervalo, estableciéndolo en función de algún movimiento estable, periódico e inalterable.
El primer hombre, propuso como unidad de frecuencia, multiplicar por diez al tiempo del ciclo completo de fases lunares, siendo de veintinueve días cada uno de ellos, dando así un total de doscientos noventa días.
El segundo de ellos, propuso tomar como frecuencia, el tiempo transcurrido entre cada una de las veces en que se comenzaba a hacer visible en el horizonte de Egipto la estrella Sotis, lo que sucedía cada trescientos sesenta y cinco días, y la cuál marcaba el comienzo de la inundación de las orillas del río al que acudían a sus encuentros.
El tercer integrante, propuso definir el tiempo de frecuencia a través de la confección de un calendario de constelaciones, según la disposición de conjuntos de estrellas, por medio del cual determinó el período de repetición de las ubicaciones de los astros en la bóveda celeste, donde las mismas se reiteraban, también, cada trescientos sesenta y cinco días, el que sería el tiempo de frecuencia a sugerir.
Luego de reunirse para deliberar sobre cada una de las propuestas y seleccionar la más apropiada, la conclusión fue inesperada: ninguna era aceptable. Concluyeron que ningún fenómeno automático, sean desplazamientos planetarios, trayectorias orbitales, o cualquier otro movimiento maquinal, podía definir una verdadera festividad para una persona. Sino que los festejos, deberían ser consecuencias de cuestiones y condiciones personales, propias de cada ser humano: ideas, realizaciones, sentimientos, acciones, pensamientos, encuentros, plenitud.
Por lo que determinaron que, los festejos de la vida de cada individuo, debían realizarse solamente cuando el mismo lo decida, según lo considere o lo sienta. Y así quedó nomás, por lo menos para ellos tres, quiénes al finalizar la última reunión, organizaron una celebración por comprender a tiempo, que el haber difundido una festividad para el ser humano definida por tiempos establecidos por mecanismos autónomos gobernados por la naturaleza, hubiese sido uno más de los tantos absurdos universales que las sociedades tomarían, sin objeciones, como sanos hábitos evolutivos.
Guillermo Appendino
autor de microcuentos y microensayos argentino. Puede seguirlo a través de su cuenta de Instagram @guillermo.appendino