Después de los besos y abrazos en la pequeña pieza de la entrada, mi abuelita nos invitaba a acompañarla al comedor que se ubicaba al fondo de la vieja casona. Enlazada del brazo de papá, la viejita avanzaba sonriendo con paso lento y cansado, mientras nosotros los seguíamos detrás. Nada más habíamos cruzado el largo pasillo que nos conducía hacia la cocina que un conocido aroma empezaba a flotar en el aire, intensificándose con cada paso que dábamos. Ese olor era la certitud de que, desde hacía ya algunos minutos, varias hojas de limón bailaban con entusiasmo al ritmo de las burbujas del agua dentro de una olla sobre la estufa: La infusión estaba lista.
Nos sentábamos alrededor del comedor en nuestros lugares de costumbre. Sobre la mesa yacían de antemano las tazas necesarias para tomar la merienda. Mi abuelita llegaba entonces, a los pocos segundos, con la olla en la que transportaba la bebida y el aroma a limón inundaba la habitación. Yo respiraba hondo y me impregnaba de ese olor.
Al centro de la mesa, como si fueran parte de un arreglo especial, nos esperaba una variedad de pan dulce, tan fresco que en ocasiones al meterlo en mi boca podía sentir una tibieza que me envolvía el paladar. Recuerdo siempre debatir conmigo misma por algunos segundos, decidiendo qué pieza escogería. Sin embargo, cualquier argumento que tuviera nunca alcanzó el peso suficiente pues siempre terminaba agarrando la misma, aquella cubierta con bolitas de azúcar de colores.
Durante toda mi infancia y una parte de mi adolescencia visitamos cada viernes, al caer la noche, la casa de mi abuelita; y cada viernes ella nos esperaba con el té de limón listo y el pan dulce fresco para acompañar.
Decenas de años se han ido. Mi abuelita murió cuando cumplí mis quince. Mi padre también partió y de su casa materna ya solo queda un recuerdo lejano. No obstante, el olor de las hojas de limón aún flota en mi memoria regocijándome tanto como en mi infancia. Ahora, en mi vida adulta, hay placeres de antaño que siguen tan vivos como si hubiera sido ayer: degustar una buena taza de té de hojas de limón y una pieza de pan dulce.
Tania Farias
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto