Dicha materna

Desde el principio del año escolar, el maestro de la clase de mi hijo nos informó que los niños, como parte de su desarrollo artístico, estarían participando en una coral que culminaría en un concierto para nosotros. La fecha estaba aún por determinarse, así como el repertorio de las canciones que interpretarían. En las siguientes semanas, mi hijo comenzó a llegar a casa con la tarea de memorizar las estrofas de alguna canción. Cuando finalmente el repertorio para el concierto estuvo completo, los niños tenían una buena y larga lista de canciones por aprender. Siguiendo con el plan, a mediados del mes de enero, los padres de familia recibimos una invitación para asistir, en dos semanas más, al auditorio de la escuela y disfrutar del resultado del trabajo de los niños durante los últimos 5 meses.

Cuando llegamos a la sala, el día indicado, los maestros de las dos clases que cantarían en ese mismo horario matutino, nos recibieron en la entrada para invitarnos a encontrar un asiento. Los niños nos esperaban ya, todos uniformados con jeans azules y camisas de color blanco, sentados sobre unas gradas instaladas arriba del escenario. Sus pequeñas caritas se iluminaban conforme reconocían a alguno de sus papás entrando al auditorio. Mi niño no fue la excepción; ver allí a papá y a mamá, se notaba, lo hacía feliz.Instalados todos en nuestros lugares, uno de los maestros dio unas palabras de agradecimiento para nosotros, y de apoyo para los niños, quienes según nos dijo, habían trabajado muy duro para llegar al resultado del que seríamos testigos. Después, inició el concierto y gracias al acertado repertorio, pronto hubo un efecto de animosidad en la audiencia, la cual con palmadas rítmicas acompañamos algunas de las interpretaciones.Como mamá disfruté mucho del pequeño concierto. Fue un deleite para mí el ver a mi niño cantar con entusiasmo cada canción a pesar de lo mucho que se había quejado, durante todo el proceso de preparación, y de la gran cantidad de canciones que tenía que memorizar.El momento culminante para mí fue durante esos minutos, al final del concierto, que los profesores nos regalaron para felicitar a los niños. Lo especial del momento no fue porque mi hijo hubiera pasado todo ese tiempo pegado a mi, al contrario, fuera de un abrazo y un beso que le di en cuanto bajó del escenario, mi niño pasó esos minutos jugando con sus compañeros, con su pequeño grupo de amigos. Después de unos primeros meses difíciles en su nueva escuela, al fin, era testigo de cómo mi hijo había encontrado su lugar en ese grupo. Se veía feliz, integrado, y como madre, no hay mucho más que me cause tanta dicha.

Tania Farias
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto