Llega el viernes por la noche y el fin de semana está por empezar. La hora de dormir se acerca y mi hijo lanza con júbilo “es hora de construir une cabane”. Mi marido se apresura a terminar lo que hace y junto con mi pequeño corren al fondo del departamento. Segundos después los veo ir de un cuarto al otro, llevando los colchones -dos colchones individuales- que serán la base de ese pequeño espacio que están por crear. Del armario vuelan las sábanas, no solo las que cubrirán los colchones, sino también, aquella que dará el punto final, y quizás, el más importante de la estructura. Como no encuentran lo que buscan, llego apresurada en su auxilio; es necesario que detenga el desorden causado antes de que todas las sábanas terminen revueltas sobre el sillón-cama que hay en el cuarto de visitas.
Con todos los materiales reunidos, los chicos se van a la habitación de mi hijo. Colocan los colchones uno al lado del otro en el espacio disponible entre la estructura en mezzanine de la cama y los libreros y la cómoda a lo largo de la pared. Cubren los colchones con sábanas, cobijas y almohadas. Mientras mi marido va en búsqueda de unas piezas faltantes, mi hijo se ocupa en bajar de su cama los peluches que los acompañaran esa noche. No puede faltar el tiburón azul gigante, ni el perro marrón en tamaño natural, así como algunos cojines con forma de animales y otros peluches pequeños (el osito verde “Teddy” que ha acompañado a mi niño desde bebé, por supuesto que está convidado a la fiesta).
Padre e hijo ajustan el toque final: la sábana flotante que cubrirá ambos colchones y que hará de ese espacio una cabane magique. Con unas enormes pinzas sostienen cada esquina de la sábana a los muebles aledaños.
Mi hijo, ataviado para dormir con un mameluco naranja en la forma de un triceratops, y su papá también listo con su pijama entran, entonces, a ese pequeño mundo mágico que han construido. Llevan lámparas para hacer figuras en la oscuridad, y cuentan historias. Desde mi habitación escucho sus risas eufóricas y los gritos de mi hijo quien me llama para que vea el resultado. El niño me espera en la entrada, una pequeña puerta verde creada con unos pequeños colchones de juego que se doblan entre sí hasta crear un rectángulo. Me toma de la mano y me invita a agacharme. Adentro, hay un mundo de fantasía con la capacidad de convertirse en lo que sus creadores deseen.
La cabane estará de pie el fin de semana y será el espacio para dormir. El lunes todo volverá a su lugar, pero dentro de la habitación se quedarán los recuerdos de unas risas contagiosas que fueron testigos de una infancia feliz y mágica.
Tania Farias
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto