Fragmentos de un diario de viajes

Hay fechas que no se olvidan. Llegué a Québec el veintinueve de agosto de 2022. Ese mismo año, el dieciséis de noviembre, conocí la nieve. Ya he pasado las cuatro estaciones, incluyendo los colores del otoño. No ha sido un camino fácil, me he sentido solo y ha sido todo un reto encontrar una comunidad costarricense en Canadá.

Me encontré estos apuntes del veinte de noviembre de 2022, que hoy leo como si fuera otra vida: «Soy estudiante, ahora vivo en residencias. Escribo desde la sala de juegos del Pavillon Alphonse-Marie-Parent. La nieve cubre todo. Miro por la ventana y añoro los días en que caminaba por la Playa del Coco. La situación ha cambiado, me vine a Canadá y la verdad es que la nieve es hermosa, pero quiero volver acogedora mi estancia, propio el espacio, abrirme de manera adecuada, sin tener que sacrificar mis sentimientos.»Pero ¡qué no me ha pasado! Solo con el alojamiento me han sucedido estos eventos, hagan cuentas:»Viví doce días en la casa de una peruana. Todavía no me asignaban cuarto en la residencia universitaria. Era el número noventa y tres en la liste d’attente. Tomaba el bus 804 y tardaba veinticinco minutos en llegar a la Universidad. No sabía cómo pagar, nunca tenía monedas y mi francés era de principiante. Me perdí varias veces en la ciudad. El primer día que vine a la universidad, me encontré con Jamila, mi consejera para el proceso migratorio. Me habló de una actividad que había en el mismo edificio. Terminé jugando juegos de mesa con unos franceses y comí pizza. Al final terminé hablando en inglés.»Pasé varios días triste por todo el cambio y no haber enviado con tiempo la solicitud de residencia a la universidad. Seguía en la búsqueda de un cuarto fijo, no podía quedarme donde la peruana por más tiempo, quería alquilarles solo a mujeres. Así conocí a don Arma, un gordo pelón, muy pura vida y marihuano, que alquilaba un cuarto en su apartamento. Tenía una gatita bebé: Lune. Me cayó muy bien y podía practicar francés con él. El número del apartamento era 506, como el código de Costa Rica.»Sentía que era una señal. Casi le pago de una a don Arma, aunque no me gustaba del todo porque el cuarto era pequeño. Creo que notó mi ansiedad. En lo que se armaba un joint, me dijo que lo meditara y le escribiera. Antes de irme, don Arma me regaló una pelotita de marihuana. Me armé un mini porro y me lo fumé en el Parc des Braves. Me di cuenta de que era bien pegona. Por la noche, me puse a indagar en su perfil de Facebook. Todas sus publicaciones eran de apoyo a las armas y extrañas noticias sobre la guerra en Afganistán. Me entró miedo.»Al final decidí no mudarme con don Arma.»Había un apartamento muy pequeño, un estudio en el viejo Québec que me interesó muchísimo. Sin embargo, era el segundo en la lista y resultó que se lo alquilaron al otro. ¡Aquí sí respetan el orden de llegada! Vi otro en Belvédère, muy barato, con un cuarto amplio y espacio suficiente en la sala y la cocina. Allí ya vivían un chef mexicano y un estudiante de ingeniería colombiano. Prometieron que tendrían muebles muy pronto. Ya habían conseguido lavadora, secadora, refrigerador y cocina.»Al final, me fui a vivir con ellos. »La vida comenzó a parecerme extremadamente cara. ¡Creo que nunca había comido tanto huevo! Era lo más barato. La peruana me regaló un colchón y un sommeil para el apartamento donde fui a parar. Se dormía rico en ese colchón. Después conseguí un juego de cama en Walmart y tardé cierto tiempo en conseguir un escritorio. Agarraba el autobús 807 para ir a la universidad y ya entendía mejor cómo funcionaba el transporte. »El vecino Jeremy era muy buena gente, vivía con su rottweiler llamado Tempête. Con Jeremy practicaba francés, pero siempre terminábamos las conversaciones en inglés. Me regaló una silla para el escritorio. »Mi estancia con los latinos comenzó muy bien, pero después el colombiano se puso quisquilloso porque yo hacía mucho reguero. Comencé a esforzarme por limpiar mejor, pero la verdad que nunca he brillado por el orden. No me gustaba que decidieran cosas entre ellos y luego solo me informaban.»Para inicios de octubre me anunciaron que ya tenían espacio para mí en las residencias universitarias, pero me mudé en noviembre porque ya había pagado mi mes a los colocs. Me gusta la vida en las residencias, aunque el cuarto se me hace muy pequeño, pero se puede conocer gente de todo el mundo, las conversaciones son interesantes y estoy obligado a practicar mi francés. He consolidado un grupo que se pega la fiesta fuerte, ya eché a perder dos celulares y tengo miedo porque se viene el Mundial de Fútbol.»Me cuesta dormir por las noches y cuando lo logro, a veces tengo pesadillas».Ha pasado casi un año desde que escribí este fragmento. Al leerlo, se me eriza la piel a la vez que me da risa. La lista de eventos continúa, pero encontrar alojamiento se me hizo eterno. Ya no estoy en las residencias y tengo un apartamento para mí solo. Le prendo una vela a la cabeza de Buda y medito en lo bueno y en el esfuerzo. Lo que he contado es tan solo la punta del iceberg.

Sebastián Arce
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto