Mi mente se había ensanchado por pensamientos angustiantes y su peso se hizo tan abrumador que necesitaba liberarme de ellos.
Salí de la oficina con una determinación. Subí el último tramo por la escalera del rascacielos que parecía un faro esbelto y brillante en el mar de edificios que competían por su grandeza.
Llegué a la terraza, necesitaba tomar aire en el punto más alto y despegar de una vez. A esta altura lo único que registraba era mi cabeza.
Los pensamientos salieron por fin de la jaula de mi mente y convertidos en pájaros libres se precipitaron al vacío.
Al día siguiente llegué al trabajo, sereno, porque mis ideas habían encontrado un rumbo. Tengo además la convicción de que ahora mi cuerpo tiene peso.