“Han existido grandes sociedades que nunca usaron la rueda, pero no han existido sociedades que no contaran sus historias”
–Úrsula K. Le Guin/escritora estadounidense
El crepúsculo se cierne sobre la sabana donde el pequeño clan se abre camino en fila india. Las gramíneas crujen bajo sus pasos, lentos y suaves. No sé a ciencia cierta cómo aparecieron en este mundo (eso se lo dejo a los científicos versados en el tema), pero salieron hace mucho, mucho tiempo de lo que algún día se llamará África sin mayor brújula que la de sus instintos. Han cruzado valles y ríos cargando un recuerdo ancestral medido en siglos en lugar de décadas. Han escalado montes y despeñaderos de un mundo que comienza a desplegar sus secretos con todo y sus maravillas y sus peligros. También han aprendido a leer las nubes, las estaciones y la luna, aunque mucha de esa sabiduría se les ha perdido como voz al viento. Lo cierto es que el sol poniente les indica que pronto deberán asentarse y encender una hoguera para ahuyentar a los tigres dientes de sable que acechan tras los matorrales. Se acurrucan en un círculo trancado a la luz de la lumbre donde duermen, comen y se aparean hasta que al alba seguirán en busca de sitios más seguros y abundantes para el clan. Pero en este preciado momento, cubiertos por un campo de estrellas y un ocasional cometa, quizás se preguntan cómo ponerle nombre a esos milagros que no sea con una retahíla de gruñidos.
Aún no ha amanecido pero la lumbre se ha apagado. Un crepitar de espiguillas secas. El salto certero de un tigre. Un rugido que rompe el silencio. No hay tiempo. Uno de los hombres señala y grita. El clan lo sigue. Corren con el mismo terror del ciervo que cazaron por la mañana. Suben por una ladera como hormigas en desbandada y se refugian en una gruta. El cansancio les vence hasta que un rayo de sol toca la entrada de la cueva y despiertan a un nuevo día, aceptando todo lo que es y lo que debe ser.
Esa tarde despresan conejos. Uno de los hombres apoya su mano en la pared porosa que absorbe la sangre. Los demás admiran la impresión que ha dejado como si fuesen testigos de un eclipse lunar, rojo y celestial. Se miran y ríen. Cual comienzo de una orgía, otro toma uno de los palos chamuscados que le ha manchado de tizne y traza unas líneas que semejan un bisonte. Otro dibuja lo que parece una estrella. Con el tiempo descubren que diferentes bayas mezcladas con agua o con grasa animal reproducen los colores de las flores y que hay óxidos que dan el brillo del sol. A veces usan los dedos, otras, una rama a modo de rudimentario pincel. Y así, poco a poco la gruta, que muchas eras después llamarán una “Capilla Sixtina rupestre”, se ha convertido en una crónica de sus travesías. Al caer la noche, rendidos y felices duermen en su nuevo refugio lleno de sus vidas. Pero un día se levantan al amanecer para seguir cruzando ríos y valles. Se han ido, pero sus historias han quedado plasmadas para la eternidad, sin saber que, quienes entren algún día en estas cuevas comprenderán los mensajes escondidos en las pinturas.
La razón de las pinturas sigue siendo un gran enigma y los científicos no se ponen de acuerdo si los artistas fueron Homo Sapiens y Neandertales, o si las pinturas datan de hace cuarenta y cinco, treinta y seis o veintidós mil años. Pero esas grutas cuentan leyendas y vivencias; un testamento de vida. Posar mi mano sobre aquella mano roja es tocar la historia misma; me revuelve la imaginación y el afán de saber más sobre estos seres, lo que creían, lo que pensaban, lo que amaban.
Hay algo cierto, y es que estamos programados para contar nuestras historias, como una forma de conexión humana, un compartir conocimientos de una generación a otra, de una cultura a otra. Lo que comenzó como tradición oral y luego la semilla de un arte, se convirtió en una prueba de existencia y de lecciones.
Y tú, nómada moderno, corazón migrante ¿qué quieres contar?¿Cómo vas a plasmar tus recuerdos en la piedra porosa de este mundo tan convulso y cambiante? ¿Qué testamento de vida tienes en medio del pecho?
Erika P. Roostna
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto