La felicidad de las arañas

“La vida se crea una puntada a la vez”

Taylor O’Shea

Leí en algún lugar que un grupo de científicos desentrañaron la relación entre la felicidad y la actividad de tejer. Sostienen que quienes tejen tienden a ser más felices que quienes no lo hacen. Imagino un laboratorio pulcro y luminoso; de un lado un grupo de personas metidas en una cabina, mirando el techo (grupo control, le dirían en el argot científico) y en otra cabina, un grupo de personas envueltas en lanas de colores, risas y tertulias. Tras el cristal del laboratorio, los científicos de batas blancas toman nota y asienten.

Recordé que una vez, hace ya mucho tiempo, intenté tejer ya que era una actividad relajante. Lo cierto es que no se puede subestimar la complejidad del acto de tejer. Todo resultó un desastre: una pieza enmarañada y yo, con el cuello tullido. Guardé mis agujas, hilo y autoestima en el fondo del olvido y lo tapé con un manto de miedo… hasta que leí el artículo de ese concepto tipo nudo resbaladizo, llamado felicidad.

Como soy obstinada en la búsqueda de cosas nuevas que me inspiren, le pedí con mucha humildad a mis amigas, ―a quienes apodo, con razón como “las Arañitas”―, que me enseñásen el misterio divino del ganchillo. Ellas se reúnen cuando pueden y son voluntarias en un ancianato para pasar algunas tardes tejiendo con las viejitas. Me aceptaron rápida y cómodamente. Durante un par de horas me guiaron por los pasos esenciales del arte del crochet, y tras mi primer intento después de tantos años de decirme a mí misma que era torpe y que no podría hacerlo, esto es lo que aprendí:

1. No hay nada más lleno de dicha que un círculo de mujeres compartiendo su sabiduría y recibiéndola de las otras. La fórmula es simple: una aguja de crochet, una borla de lana de cualquier color, café y galletas, la gracia de enseñar con paciencia y la humildad de aprender sin miedo a ser juzgada.

2. Así como el tejido es una actividad social, también puede ser un ejercicio practicado en soledad. Cada punto se convierte en un mantra, una meditación donde la mente puede encontrar el silencio necesario para el sosiego y la paz. Cada movimiento consciente de la mano se asemeja a uno de Taichi, lento y medido, y otorga la capacidad de estar embebida en el momento presente.

3. La cadeneta es el fundamento de la pieza. Debe ser consistente y alineada, pues de ahí parte todo. Así, mis cadenetas del alma deben estar bien alineadas con mis bases y creencias. Sólo así puedo tejer mi propio destino con propiedad y firmeza.

4. El hilo debe tener suficiente tensión para que el punto no quede ni muy flojo, ni muy apretado. Los puntos muy flojos se deshacen, los apretados son una batalla perdida. Como todo en la vida.

5. Hay que comenzar en pequeño, sin expectativas de perfección, sin delirios de salir de la primera clase con una cobija de lana merino, tipo Martha Stewart. Como todo, la esencia de cualquier saber es la práctica.

6. Si un punto no queda bien, solo basta deshacerlo, sin mayores dramas, hasta mejorarlo. Siempre hay un momento para rectificar y volver a comenzar.

Mientras estábamos enfocadas en el primer ejercicio, la hija de una de mis amigas exclamó sonriendo al ver la sencilla tira de práctica en la que yo trabajaba: ¡Qué linda la bufanda de la Barbie!

Primer proyecto: alcanzado.

Erika P. Roostna
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto