Secretos

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La cara de satisfacción que lo adornaba no podía pasar desapercibida. Su esposa, que tan bien lo conocía después de veinte años de casados, detectó la extraña sonrisa desde que entró en la cocina, donde ella terminaba los preparativos de la cena.

—¡Hola, mi amor! ¿Cómo estuvo tu día? —preguntó a su mujer con una alegría poco frecuente en él.

 —Me quedé esperándote esta tarde —escupió la dama sin responder a la pregunta y con una seriedad muy frecuente en ella.

—Sí; se me enredaron las cosas. Ya sabes… problemas en la oficina. Recuerda que estamos a fin de mes y el trabajo se duplica —explicó él sonriente.

—Te llamé a las tres y Gloria me dijo que no estabas; que habías salido —le reprochó la mujer.

—Pasé toda la tarde en Contabilidad, como lo hago siempre los días de cierre —dijo el hombre justificándose, para luego preguntar con cara de extrañeza pero aplicando un tono burlón a sus palabras—. ¿Desde cuándo me estás siguiendo los pasos?

—Desde que tu secretaria desconoce que estás en la empresa y se queda tartamuda… pensando la respuesta que debe darme —respondió ella de inmediato y de manera tajante.

—¡No parecen cosas tuyas! —exclamó él manteniendo la desagradable sonrisa que ya empezaba a hacerse pesada para la mujer.

—¿Qué tienes que estás tan alegre? Puede decirse que vienes de una fiesta —le dijo ella intentando mirarlo a los ojos, pero al mismo tiempo con el temor de saber lo que en realidad estaba pensando su marido.

—¡Pues nada de particular!… pero no te entiendo; de veras que no. Si estoy huraño es porque estoy huraño y si estoy alegre es porque estoy alegre; lo cierto es que siempre encuentras motivos para criticarme. Mira que tú también tienes tus secretos y yo no te pregunto nada —fue su respuesta, esta vez con voz de enojo, pero sin que desapareciese de su rostro la ya detestable sonrisa.

—¡No te estoy criticando nada, hombre!; sólo te pregunto —protestó dándole la espalda y golpeando la mesa con la cacerola que en ese momento sostenía en una de sus manos—. Anda a lavarte las manos, que ya la comida va a estar lista —terminó diciendo incómoda por el giro que tomaba la conversación. ¿Le habrían comentado algo sobre sus movimientos? ¿Estaría al tanto de sus más recientes actividades?

 —Me voy a bañar —sentenció él, terminando la conversación y saliendo de la cocina.

Bajo la ducha caliente sus pensamientos se explayaron sobre los hechos ocurridos esa tarde… esa inolvidable tarde.

Patricia se había cruzado en su camino en horas del mediodía y, sin saber cómo, habían terminado en la habitación cuarenta y tres de un acogedor hotel de las afueras de la ciudad.

“¡Valió la pena!” —se repetía sintiéndose rejuvenecido. Sus dotes de amante, casi olvidadas, aún estaban intactas. Sus artes amatorias, adormecidas por la rutina, habían despertado… ¡Estaba vivo!

En la cálida cocina sus pensamientos sobre los hechos ocurridos esa tarde la estremecieron de pies a cabeza. No solo por el hecho de haber recuperado su condición de mujer, de volver a sentirse apasionada… hembra, cosa que desde hacía mucho no experimentaba, sino por el recuerdo de haber sido mimada y acariciada por un hombre al que había deseado durante tanto tiempo, desde que se hizo su vecino dos años atrás.

“¡Valió la pena!” —se repetía sintiéndose satisfecha por haber tenido el atrevimiento de llamar a Patricia, su compañera en el curso de cocina, que prestaba servicios de “dama de compañía” mientras sus amigas, la mayoría de ellas insatisfechas y faltas de cariño, tenían la oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías sin sentirse culpables, puesto que en el mismo horario sus estables, pero invariablemente aburridas parejas, pasaban con ella un agradable y placentero rato.

Su mente se trasladó a principios de la tarde cuando recibió la llamada de Patricia confirmándole que su marido había caído en la trampa como un corderito… sin ningún tipo de problema. Al principio se había quedado estática. Sin embargo, no tardó en reaccionar y poner en marcha su plan, cuyo inicio consistió en solicitarle a su ahora amante que le cambiara el bombillo a la lámpara de la habitación. El resto, pensó temblando de emoción en aquel momento, llegaría por sí solo. En la próxima clase le entregaría a Patricia sus honorarios… por cierto muy bien ganados si se tomaba en consideración la sonrisa que el hombre llevó a casa. Ya conocería los detalles de lo sucedido en ese encuentro. Por ahora le bastaba con regodearse sobre lo acontecido en su propia aventura, se decía al tiempo que elucubraba sobre la fecha del próximo encuentro y evocaba las palabras de Patricia cuando concertaron el trato:  —Servicio profesional garantizado, amiga… ga ran ti za do.

Luis Gutiérrez González
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Luis Enrique Gutiérrez González, venezolano, nacido en Caracas el 18 de enero de 1952. Licenciado en Computación, Universidad Central de Venezuela. Escribió la novela “Venganza por cuotas”, y algo más de sesenta relatos.