La espera

Parece un mal sueño. Lo frío y rígido de su cuerpo me enloquecen ¡No lo soporto!

El vestido que la cubre, con pocos vestigios de su blanco original, luce acartonado; quizás producto de los humores, ya secos, que la descomposición de sus partes blandas le brindaron.

La tez de su rostro, en vida blanca y tersa, ha adquirido un color parduzco y muestra infinitas arrugas; como si su existencia se hubiese prolongado por más de cien años. Me entristece pensar que solo tenía diecinueve el día de nuestra boda, cuando me vi obligado a quitarle la vida, al descubrir que no era su primer hombre.

Pero permaneceré aquí, junto a ella, inquieto y ansioso, mirando fijamente las cuencas que una vez habitaron sus ojazos negros… esperando que regrese para iniciar juntos un nuevo camino.

No la he abandonado ni por un instante desde aquel terrible día; por eso estoy seguro de que en una nueva oportunidad seré su primer amante.