Claude Steiner y la economía de caricias

En el mundo de hoy donde básicamente las relaciones se han vuelto virtuales, el trabajo de Claude Steiner es primordial.

Para el sicólogo Claude Steiner las caricias son tan necesarias como la comida o la bebida y por ello desarrolló la teoría a la que denominó “la economía de caricias”. Bajo este sugerente concepto, Steiner y muchos otros han investigado los efectos que ejerce sobre el ser humano crecer y vivir en una abundancia o escasez de signos de reconocimiento que, para resumir, son las caricias.

Para esto es muy importante identificar y controlar las emociones, para obtener efectos positivos de ellas. Esta teoría sugiere a las personas a acariciarse, no solamente con el tacto sino con las palabras, y a expresar sus sentimientos sin miedo para ser felices.

Para hablar de su trabajo hay que entender el concepto de la inteligencia emocional.

La inteligencia emocional es la capacidad de entender nuestras propias emociones y las de otros. Eso significa no sólo identificar qué emoción sentimos en cada momento, sino además conocer su intensidad y su causa, porque las emociones  siempre tienen una razón de ser. Estas emociones son rabia, amor, tristeza, miedo y alegría. Al poder entender  nuestras emociones, al igual que las de las otras personas a través de la empatía, es importante aprender a controlarlas de forma que tengan efectos positivos, incluso si son emociones negativas, para que nos beneficien no solo a nosotros mismos sino también a las personas a nuestro alrededor.

Cuando una persona enfrenta  situaciones de frustración,  de falta de reconocimiento, de inseguridad, de problemas, se generan muchas emociones y  lo más importante es poder reconocerlas y poder expresarlas no hacia los demás, ni hacia él mismo, porque se generaría mucha tensión en las relaciones y repercutiría para la persona en baja autoestima, rabia o culpa.

Se pueden encontrar otras formas de liberar esas emociones a través de hacer ejercicio, escribir en un papel como se siente sin filtro o hablarlo con un terapeuta para entenderlas y cómo canalizarlas sin hacerle daño a nadie, ni así mismo.

Recordemos que si no entendemos la causa de estas emociones empezaremos a somatizarlas en nuestro cuerpo. Por ejemplo la diabetes es la incapacidad de disfrutar el dulce de la vida, problemas en la vesícula biliar se relacionan con dificultad de tomar decisiones, las patologías del sistema digestivo tiene que ver con situaciones, experiencias o personas a las cuáles “no podemos digerir”, cáncer del estómago se asocia a resentimiento, cáncer en el hígado a rabia que no se pudo liberar, etc.

En general las personas están con hambre de caricias, y mucho más después de la pandemia donde el contacto físico casi que desapareció. Ningún medio virtual puede sustituir un abrazo, un halago, una caricia, una muestra de amor tan necesaria en estos tiempos.

El apetito de caricias es igual que el de comida, lo tenemos y no lo podemos cambiar. Si no comes, vas a morir de hambre. Si no tienes bastantes caricias, te vas a deprimir e incluso puedes morir de depresión. Las caricias son tan necesarias como la comida y la bebida. El contacto físico es necesario para crear relaciones y por supuesto en las relaciones humanas el contacto visual y físico es necesario para manifestar el aprecio, el cariño y el amor. La comunicación debería ser de manera personal y aunque la virtualidad hace parte de la vida, nunca podrá sustituir las relaciones a nivel físico. No podemos tener un matrimonio o tener hijos de manera virtual y es necesario que aprovechemos la virtualidad sin descartar las relaciones personales.

Las emociones son universales. Todo el mundo tiene emociones y son las mismas, pero es cierto que ciertas culturas enfatizan unas sobre otras. Hay países donde la gente es más amorosa, otros donde la gente tiene miedo, donde la gente no tiene permitido expresar ciertas emociones.

Pocas veces podemos ver que  la vida es un intercambio que se produce a muchísimos niveles, no sólo en lo económico o a través de los procesos de comunicación, sino también mediante los estímulos, los signos de reconocimiento positivos o negativos que recibimos de los demás sea en forma de caricias, miradas, gestos, discusiones, gritos o silencios. Todos ellos moldean nuestro  interior y consecuentemente nuestra manera de entendernos, de construir una imagen del mundo y de dar un sentido a la vida.

Es obvio que no sólo vivimos de pan, ni tan solo de aire ni de agua. Para sobrevivir, para crecer, necesitamos el afecto, la ternura, la caricia, la mirada, la palabra, el gesto, el contacto del otro. Somos seres sociales por naturaleza. Al nacer somos muy frágiles y en nuestras primeras horas nos manifestamos como la especie que mayor necesidad tiene de que alguien le ampare, le cuide y le dé afecto. Incluso hay quien sostiene que existe una necesidad innata para ese amor, para esa unión. Hoy las evidencias científicas aportadas a lo largo del siglo pasado por los doctores Chapin, Banning, Spitz, Bowlby y muchos otros nos muestran que no solo necesitamos la caricia del otro, sino que sin ellas nos sentimos mal hasta el punto de poder enfermar e incluso morir.

Estos especialistas han demostrado con años de rigurosa investigación que la falta de caricias, entendidas en un sentido amplio, más allá del gesto o del roce de piel con piel, pueden provocar en el recién nacido un retraso en su desarrollo psicológico y una degeneración física tal que le lleve hasta la muerte a pesar de tener el alimento y la higiene que, en teoría, aseguren su supervivencia. El hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos. Cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad.

Hay sin duda una correlación positiva entre la ternura, el cuidado, el afecto y la atención humana con el desarrollo psicológico, emocional, intelectual y físico. Nacemos hombres y mujeres pero nos convertimos en humanos gracias a la caricia, al estímulo amable, a la ternura, a la compasión, a la gratitud, y también gracias al límite necesario que nos pone en contacto con la realidad y que se administra desde la disciplina que busca el bien común.

Leo Buscaglia, en su libro “Amor. Ser persona”, afirma: “A pesar de que el niño no conoce ni comprende la dinámica sutil del amor, siente desde muy temprano una gran necesidad de amar y la falta de amor puede afectar a su crecimiento y desarrollo e incluso provocarle la muerte”. También hoy sabemos que la falta de amor es la causa principal de una buena parte de las enfermedades psicológicas que no paran de ir en aumento en Occidente: desde la angustia, pasando por la depresión hasta la neurosis e incluso la psicosis nacen, en mayor o menor medida, de esta carencia. Sin el trato amable no se satisface una necesidad fundamental que nos permite seguir sintiéndonos bien, experimentar la alegría, desarrollarnos: sin amor es más difícil crecer.

Realmente necesitamos de los demás. Hay un intercambio fundamental más allá del económico y que es el principal motor de la vida, un intercambio esencial a partir del cual se construye la esperanza y el sentido de la vida: el intercambio de caricias.