Cuenta la leyenda que las cabras de un pastor en Etiopía se ponían eufóricas tras pastar en un mismo lugar. El pastor, creyendo que sus cabras enloquecían, tomó las hojas y los frutos rojos del extraño arbusto y los llevó a los imanes. Temía que estuviera prohibida su ingesta por la excitación que causaban. Los imanes hicieron una infusión con las hojas y los cerezos pero resultó demasiado amarga, imbebible. Molestos, los líderes espirituales golpearon el cazo que fue a dar al fuego. Al tostarse los cerezos, el aroma impregnó el lugar y despertó la curiosidad por probar el elixir a partir del grano tostado. El hallazgo extendió el cultivo del café por la península Arábica; de allí su nombre: café arábico. Y hoy, esta especie de café abarca más de las tres cuartas partes de la producción mundial. Se cultiva principalmente en el centro y en el sur de América.
Leyenda al fin, quizá no sea del todo cierta; pero lo que sí resulta irrefutable es que la pasión por el café ha hecho de su preparación desde la cosecha hasta la molienda: ciencia, arte y cultura. Catas, degustaciones y hasta cursos de barismo son apenas facetas del apasionante mundo del café. Guayoyo, con leche o marrón; colada, tinto o cortado; espresso, macchiato, latte o cappuccino son algunos nombres y maneras de disfrutar del elixir que huele y sabe a gloria. Y es que nada une tanto a las personas como una buena taza de café.
Corallys Cordero
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto