¿Qué nos queda?

Recientemente se ha estrenado en Venezuela y en algunos otros países la película venezolana “Simón”, dirigida por Diego Vicentini. Con ello, han recrudecido viejas diatribas: los más de siete millones de venezolanos que han dejado el país; los de adentro y los de afuera como si de bandos se tratara; ¿por qué el gobierno, que todo lo censura, no prohíbe el film?; las violaciones de derechos humanos que han ocurrido en Venezuela en los últimos veinte años; la derrota de la democracia.

No va esta reflexión sobre la película, que aún no he visto y por tanto sería imprudente opinar sobre ella. Aprovecho, sí, para promocionarla, como promocionar también la primera novela que he escrito titulada “Escudos de cartón”, cuyo tema va de lo mismo: los hechos reales que enmudecieron a una nación entera. Me quiero referir a las emociones que se han removido con ella. El asunto, creo yo, no es avergonzarse por ver la película y aplaudir de pie la calidad de la producción; tampoco, clavarse el puñal más adentro de lo que ya lo tenemos, pensando que la historia hubiera podido ser distinta; mucho menos, decir con tanta ingenuidad “esto nunca debió pasar”. ¡Pasó! y era muy pretencioso pensar que no pasaría. Ahora solo dos cosas nos quedan: el arte y la memoria. El arte para contarlo en prosa, en verso, en música, en película y la memoria para que trascienda nuestro presente y se marque indeleble en las generaciones futuras. ¿Suena bonito decirlo así, verdad?, no puedo imaginarme el dolor de una madre al ver la vida de su hijo extinguirse en el asfalto. Miento, ¡claro que puedo imaginarlo!, porque después de que se tiene un hijo, se tiene a todos los hijos del mundo.

Quiero significar que la memoria es una forma de justicia. Si no se hubiese echado abajo La Rotunda, y se le hubiese dejado como museo histórico, quizá hoy no tuviéramos El Helicoide. Alguna vez alguien me dijo que el problema nuestro, el de los venezolanos, era que aún teníamos al General Juan Vicente Gómez, aquel dictador atroz que gobernó de 1908 a 1935, bailando en la Plaza Bolívar. Con el tiempo, cuando vi que la sociedad entera se decantó por la oferta electoral de un militar, no pude dejar de pensar en aquellas palabras. ¿Será cierto que cada pueblo tiene el gobierno que se merece o será, más bien, que los pueblos se equivocan de cuando en cuando?

Ojalá nuestra memoria contribuya a salvar a las democracias agónicas, imperfectas, enclenques de nuestro continente para evitar que sigan pululando los que ofrecen espejitos mientras nos roban las perlas.

Corallys Cordero
+ posts

Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto