Piriquita

Me gusta sentir los lugares: conocerlos a través del gusto y el olfato. Por eso, rechazo el turismo guiado; desde un autobús, con el folletico en mano, nada puede palparse.

         En la Villa de Sintra, en Portugal, el piso es de piedras tan pulidas quizá de tanto que han sido andadas. Los callejones son angostos, empinados y rebosantes de tiendas que venden azulejos, bordados, sabores y aromas de una cultura que te abraza. La vegetación propicia un microclima fresco y de mucho viento.

         Siempre que visito una ciudad, lo primero que hago es tomar un café; por ese elixir se saca el gusto de sus habitantes. Esta vez, me alineé, en el primer recodo del camino, donde vi a la gente en fila para entrar al local. No sabía qué esperar, pero, desde luego, algo bueno tenía que ser si tan concurrido estaba el sitio. Apenas llegué, alguien en inglés me dijo que tenía que tomar un número adentro. Lo hice, volví a la cola y le di la misma instrucción al que me seguía, que a su vez se la dio al que llegó después de él. Me sorprendió escuchar tantos idiomas distintos y puse atención en los que identificaba.

         Al entrar, un joven le explicaba en inglés a otros dos el origen de cada dulce que se exhibía en la vitrina y luego les habló de la historia del negocio. ¿Estaba entendiendo mal o era cierto que fue fundado en 1862? No, no estaba equivocada: en la pared, en letras doradas se leía: Casa Fundada em 1862 por Constança Gomes «Piriquita». Hoy, atendida por la quinta generación de esa familia según dijo el chico que fungía de guía turístico. El mejor Pastei de Nata lo he comido allí, en Casa Piriquita – Travesseiros e Queijadas de Sintra. En la esquina Rua Do Arco Do Teixeira y me he quedado con una tarea pendiente: investigar sobre la historia de Piriquita y volver cada tarde, mientras esté en Sintra, por un Pastei de Nata.

Corallys Cordero
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto