Despierta de golpe por el inexorable ronquito, la sensación de estar cayendo de una torre y el ahogo producido por la saliva o la flema; ya no distingue una de otra. Lo habitual, cada vez que olvida colocarse la máscara sobre boca y nariz antes de dormir. Pero esta mañana es diferente: hay ruido afuera, luces rojas que se cuelan por la rendija de la persiana y un llamado insistente en la puerta. ¿Halloween o Navidad?, por un instante duda sobre la época del año.
Siete minutos; siete minutos de trayecto conduce cada madrugada desde la estación del tren hasta su casa. Lo tiene medido, palpado, reconocido aun en el estado semidormido en que a diario lo transita. Lo ha separado por tramos: siete de a un minuto cada uno. Sale del estacionamiento, dobla hacia la izquierda; el primer tramo termina en el semáforo donde cruza a la derecha. A esa hora la vía está desolada, puede seguir en rojo y empezar el segundo trecho que tiene varios semáforos; pero ha calculado que todos están en verde al mismo tiempo, así que sigue pedal a fondo hasta llegar al cuarto semáforo donde, de nuevo, cruzará en rojo a la derecha porque nunca vienen vehículos. Inicia la tercera parte del camino en similar condición que la segunda: todos los semáforos en verde a esa hora, hasta llegar a la intersección donde convergen cuatro avenidas y debe frenar, esperar su turno, cruzar a la izquierda con la luz verde antes de que se encienda la señal de cruce. Cada día lo logra con éxito e inicia la parte complicada: un kilómetro y medio a alta velocidad para luego cruzar a la derecha y entrar a la urbanización donde se cumplen los últimos tres tramos con tres señales de parada y ya está frente a su casa.
Abre la puerta; un oficial le lee sus derechos. Es todo lo que recuerda. El camino ya lo ha descrito, no tiene nada más que agregar. No puede argumentar contra la evidencia, no la reconoce, no entiende lo que le narran. No puede declararse culpable, no cree lo que muestran las grabaciones de las cámaras de seguridad de las vías.
“Ebriedad onírica”, escuchó declarar a un experto; “semidormido”, explicó un colega. Y la sangre en el parachoques y un no sé quién bajo tierra.
Corallys Cordero
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto
Un cuento muy interesante