Silentes

Recuerdo las sillas del comedor. Al moverlas para sentarse, las patas de madera maciza arrastradas contra el piso sonaban placenteras para mí porque era la hora en la que todos estaban presentes, cada quien en su lugar en la mesa. No he vuelto a escuchar ese sonido: ya los muebles no son de madera, ni el piso de porcelana, ni están todos.

 De madera también era la biblioteca en la que reposaban los treinta y siete tomos de la Enciclopedia Jurídica Omeba, legado de mi suegra que, tras su jubilación, quiso hacerme un homenaje regalándome aquella cantidad de libros que contenían la bibliografía jurídica de América Latina. Nunca los abrí, porque en la era digital aquellos títulos estampados en oro se hicieron prescindibles y en la soledad de mi despacho, la elocuencia de aquellas páginas, innecesaria. Sin embargo, los conservaba, por respeto a ella y por el valor que significaba que entre tantos parientes abogados quisiera dármelos a mí.

Cuando desmantelamos la casa para meter nuestra vida en cuatro maletas y emigrar, me preguntaba qué hacer con aquella herencia, ¿tendría valor en el mercado, sería mejor donarla o regalarla a otro pariente? Puse avisos en los clasificados del periódico para venderla a cualquier precio; más tarde, para regalarla. Visité varias bibliotecas para donarla; ninguna la quiso. Pregunté en tribunales, colegios de abogados y universidades, pero no les interesaban libros viejos, más bien querían digitalizar los propios. Amigos y familiares dedicados a la profesión también tenían planes migratorios, así que todos repudiaron la herencia. Investigué incluso en países vecinos por si existiera un rincón en el continente interesado en la obra de más de quinientos juristas y tratadistas, pertenecientes a ciento cuarenta y cuatro universidades de dieciséis países, que aunaron sus esfuerzos en semejante compendio. Deseaba con toda mi alma honrar el afecto y también el vínculo, doble en mi caso, con mi suegra y con el Derecho.

La decisión no estuvo en mis manos, la hicieron millones de criaturas que se multiplicaron sigilosas entre las más de 37.000 páginas que fueron su guarida por largo tiempo. Termitas, polillas, comejenes, era irrelevante el nombre, lo determinante es que fueron imperceptibles y eficientes en su trabajo: cavaron hoyos profundos, alteraron los márgenes de las páginas, desfiguraron las letras, dejando los conceptos fundamentales del Derecho carcomidos por el desuso, la desidia y el silencio. Antes, ya había visto a nivel nacional a políticos y juristas mangonear las leyes a su conveniencia; pero esta vez, me tocaba presenciarlo en mi propia estantería. El Derecho y sus conceptos fundamentales mutilados por las fauces hambrientas de animales silenciosos.

 Las sillas del comedor con sus patas de madera maciza no siguieron la misma suerte. Ellas estarán tronando en algún otro hogar venezolano para anunciarle a la familia que llegó el momento de estar juntos.

Corallys Cordero
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto