Decir la verdad: el primer paso para la reconciliación

El primer paso de la reconciliación es decir la verdad, por fea que sea. Coincido plenamente en esto con la Asociación Médica Canadiense (CMA) que recientemente pidió perdón “por los daños que los pueblos de las Primeras Naciones, Inuit y Métis, han experimentado y continúan experimentando en el sistema de salud canadiense. El racismo y la discriminación a los que se enfrentan los pacientes indígenas y los proveedores de atención médica es deplorable y nos avergüenza profundamente”.   

La Asociación Médica Canadiense reconoce que los inuit y los métis siguen teniendo los peores indicadores en materia de esperanza de vida, mortalidad infantil, diabetes, lesiones traumáticas, suicidio, trastorno por consumo de sustancias, tuberculosis, entre otras cosas. Durante la COVID, la esperanza de vida disminuyó en seis años en el caso de las personas de las Primeras Naciones en la Columbia Británica, “lo que evidencia que las cosas no están mejorando”.

Pero la CMA no solamente hace mea culpa porque no se cumplieron con los estándares éticos de atención en el caso de los indígenas, sino que además se compromete a cambiar estas “malas acciones y a reconstruir la confianza” en el futuro. “Estar verdaderamente arrepentido significa comprometerse a poner fin a este tipo de horror”.

El doctor Alika Lafontaine, el primer medico indígena y el más joven al frente de la CMA en sus 156 años de historia, señala con propiedad que “dar y recibir una disculpa es un baile delicado. Pero, si se hace bien, tiene el poder de reparar el daño, reparar las relaciones, calmar las heridas y sanar los espíritus rotos”.

Esta disculpa pública y las muchas y variadas actividades organizadas en septiembre para conmemorar el Día de la Verdad y la Reconciliación, causaron en mí una profunda emoción, y un tanto de envidia diría yo, porque me gustaría ver ese coraje y esa valentía, incluso humildad, tan necesarios para reconocer la verdad e iniciar un proceso de reconciliación.  Puede ser que sean acciones simbólicas, pero tienen un valor inmenso porque verbalizan y le dan vida a una parte de la historia que sería más fácil ignorar.

Romper con esos terribles pactos de silencio es vital e imprescindible, una obligación moral e histórica, para seguir adelante. En el caso de Canadá ese silencio se rompió cuando la Comisión de la Verdad, establecida en 2008, presentó su informe y dio a conocer lo que sucedió en las escuelas residenciales. Unos 150.000 niños de las Primeras Naciones, inuit y métis, fueron obligados a asistir a escuelas residenciales financiadas por el gobierno y administradas por la Iglesia. Miles de esos niños y niñas murieron en circunstancias terribles. “El sistema de escuelas residenciales fue un genocidio diseñado para acabar con las culturas, las lenguas, las familias y la herencia cultural de los indígenas. Restarle importancia, negarlo o justificarlo es cruel, dañino y odioso”, fueron las palabras de la diputada del NDP, Leah Gazan, quien recientemente presentó un proyecto de ley en la Cámara de los Comunes para añadir el negacionismo sobre los actos cometidos en las escuelas residenciales para niños indígenas al Código Penal.

Romper con el silencio fue también el propósito de las Comisiones de la Verdad en América Latina, creadas en Argentina, Chile, El Salvador, Guatemala, Uruguay, Perú, Paraguay, Colombia, Ecuador, Honduras y Brasil. No en todos estos casos los resultados fueron exitosos, pero pusieron sobre la mesa la necesidad ineludible de la verdad y la memoria colectiva para reparar el daño sufrido por las víctimas y avanzar en la construcción de una sociedad menos fragmentada y con posibilidades de reconciliarse. No ha sido fácil. El peso de la ideología, del racismo, del miedo, han impedido avanzar.  Pero como dice el doctor Lafontaine “si se hace bien, tiene el poder de calmar las heridas.”

Ana Cristina Castañeda Sánchez
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Periodista y comunicadora