I know where you live

I know where you live…Esa frase sigue resonando en mi cabeza desde hace un par de semanas. No sé si fue una advertencia o una amenaza, pero confieso que sentí mucho miedo. Fue un momento muy estresante e incómodo.   

Le concedo razón al vecino por disgustarse y me gustaría disculparme, pero yo NO sé dónde vive él.  Mi labrador es un adolescente reactivo y puede confundirse con un perro agresivo. A veces resulta difícil controlarlo, es cierto, especialmente cuando hay otros perros muy cerca. Iba a apartarme y tomar otra ruta, como nos lo ha sugerido la entrenadora, pero desafortunadamente venía otro perro en esa otra dirección. Muy mala suerte para mi. Me encontré entre dos fuegos, sin saber que hacer. Lo sujeté con todas mis fuerzas, pero no ayudó que el perro que llevaba este vecino se excitara también y ladrara al ver al mío.

El mío es un buen perro. Nunca ha mordido a nadie. Hemos estado trabajando duro para ayudarle, pero sabemos que los resultados no son inmediatos. Ya nos ha dicho la entrenadora que estas cosas toman tiempo.

No intento disculparme. Se que como propietaria del perro soy responsable de su comportamiento, pero me parece que hay otras formas de abordar el mal momento. Gritar e intentar patear al perro no fue lo más sensato. Amenazarme tampoco. Pasé varios días con un sabor amargo, preocupada, pensando en que habrá querido decirme con eso de “se dónde vive usted”.  Lo que me preocupó todavía más fue lo que me dijo al final, que él podría pedir a la municipalidad “put your dog down”. ¿Matarlo? ¿Amerita este incidente una solución tan drástica? ¿No es esa la salida más fácil y la más cruel? ¿Por qué eliminar a un pobre animalito y no darle una oportunidad?

Todo este desagradable incidente me hizo pensar en lo incapaces que somos los seres humanos de solucionar los problemas de manera pacífica, especialmente ahora. Nos dominan las emociones más primarias. Ya no conversamos. Abandonamos el contacto personal y el diálogo franco y respetuoso. Hablamos del otro a sus espaldas, pero no hablamos con el otro. Si surge una dificultad no buscamos el diálogo, al contrario, lo evitamos. ¿Cómo vamos a identificar soluciones que satisfagan a ambas partes, si no estamos dispuestos a escuchar al otro?

Andamos crispados, con el peso de nuestras vidas y de muchas preocupaciones sobre nuestros hombros. Es una época dura, difícil, pero eso no nos debe robar nuestra humanidad, nuestra empatía.

Si lo pensamos un poco, hay problemas más serios a nuestro alrededor. Hombres, mujeres y niños sufriendo el horror y la crueldad de guerras absurdas.

El egoísmo de “políticos” “gobernantes” “billonarios” que tienen mucho poder, y que harán lo que sea para conservar y ejercer ese poder cualquier costo, nos está llevando al abismo.   

Ana Cristina Castañeda Sánchez
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Periodista y comunicadora