Recuerdo llegar hace varios años a una entrevista de trabajo y enfrentarme a la típica pregunta que solían hacer entonces: ¿Está usted embarazada o tienes planes de estarlo? Tenía tres meses de embarazo. Y así, de un plumazo, me excluyeron de la lista de candidatos. Nunca recibí una llamada para continuar con el proceso. Y no era que no cumpliera con los requisitos que exigía el puesto.
Por supuesto han habido grandes progresos desde entonces. Hay que reconocerlo. Sin embargo, aún hoy, a las mujeres en edad reproductiva se les sigue viendo como futuras madres en el mercado laboral, y eso las coloca en una terrible desventaja a la hora de obtener trabajos o conseguir ascensos.
El mercado laboral continúa descartándolas al suponer que todas y cada una de ellas desean ser madres en algún momento de su vida. Para el modelo actual del mercado laboral, ellas no cumplen con los requisitos que se exigen: personas que trabajen muchas horas, incluso más allá de la jornada laboral, y estén disponibles en el momento y el lugar en que se las necesite. Si se cumple con estos requisitos hay mas posibilidades de continuar formándose, de lograr mejores salarios, desarrollar una trayectoria laboral y acceder a una pensión digna. Es un modelo que desconoce la importancia de sostenibilidad de la vida y que profundiza las desigualdades de género al dar por sentado que son las mujeres las cuidadoras por excelencia.
Muchas se ven obligadas a aceptar trabajos de medio tiempo o con poca responsabilidad e incluso abandonan sus trabajos o peor aún, renuncian a ser madres, porque, en nuestra cultura, las tareas domésticas y de cuidado son responsabilidad de las mujeres. En ellas recae todo el peso de un trabajo con una baja o ninguna valoración social y económica a pesar de la importancia que tiene.
¿Pero por qué no es compartido ese peso con los padres? No es que las mujeres lo hagan mejor, es que lo hacen tantas veces que terminan haciéndolo mejor que ellos y además lo hacen con mucha mayor eficiencia. No son tareas complejas. Barrer, trapear, tender las camas, lavar la ropa, cocinar, y por supuesto, cuidar a los hijos y a otros en el hogar: son tareas que se aprenden.
El informe de la Comisión para América Latina y el Caribe (CEPAL), titulado La sociedad del cuidado. Horizonte para una recuperación sostenible con igualdad de género, destaca que las mujeres en América Latina dedican entre 6,3 y 29,5 horas más por semana que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
Es extenuante. Apenas queda tiempo para dedicarlo a otras actividades como la recreación, el arte y la cultura, y por supuesto al cuidado de sí mismas. No es de extrañar que las nuevas generaciones de mujeres estén decidiendo no tener hijos o postergar la edad para ser madres. Estas mujeres están interesadas en educarse, en viajar y prepararse bien, para el mundo del trabajo cada vez más exigente, y para competir en igualdad de condiciones con los hombres.
La protección de la maternidad a través de leyes laborales significó un gran paso para asegurar la no discriminación y mayor igualdad de las mujeres en América Latina. Se puso especial atención en la licencia de maternidad remunerada y la protección del trabajo de las mujeres que son madres, pero siempre con un sesgo, al seguir concibiendo a las mujeres como las únicas cuidadoras.
Todavía hay grandes desafíos: asegurar que este derecho sea compartido con los hombres, de manera que ellos también dediquen más tiempo a tareas del cuidado, que la licencia de paternidad remunerada tenga una duración mayor y que se provean servicios de cuidado infantil públicos y privados a las familias, entre otras cosas.
El año pasado el Banco Mundial publicaba un nuevo informe “La Mujer, la empresa y el derecho”, que destacaba que 2400 millones de mujeres en edad de trabajar, aún no gozan de los mismos derechos que los hombres. Más de la mitad de estas mujeres viven en Asia oriental y el Pacífico (710 millones) y Asia meridional (610 millones), seguidas de África al sur del Sahara (330 millones), los países de ingreso alto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) (260 millones), América Latina y el Caribe (210 millones), Oriente Medio y el Norte de África (150 millones), y Europa y Asia central (140 millones).
Solo en 14 economías (Alemania, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Irlanda, Islandia, Letonia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y Suecia) 90 millones de mujeres alcanzaron las mismas condiciones jurídicas que los hombres en áreas como movilidad, trabajo, remuneración, matrimonio, parentalidad, empresariado, activos, jubilación. Son ocho indicadores que utiliza el Banco Mundial para medir ante la ley las diferencias entre hombres y mujeres en las distintas etapas de su vida laboral.
El reto para alcanzar la plena igualdad es enorme y tomará mucho tiempo. Hay que transformar ese imaginario colectivo y al propio mercado laboral, que sigue viendo a las mujeres como futuras madres y exclusivas cuidadoras, mientras que a los hombres como proveedores económicos, exonerándolos de sus responsabilidades de cuidado.
Ana Cristina Castañeda Sánchez
Periodista y comunicadora