Entrevista a Santiago Esteinou y Javier Campos López, realizadores del documental La libertad de Fierro

¿Cómo tomaste conocimiento del caso de César? ¿Cómo llegaste a conocerlo?

Santiago Esteinou: La primera vez que conocí a César, fui a verlo a la cárcel. El llevaba un periodo de aislamiento total. Siempre se había negado a ver a la prensa y a sus abogados. Era un misterio. Un día se me ocurrió hacer una película sobre él y le escribí al cónsul de México. Yo solo sabía las características legales de su caso, que me parecía muy interesante, pero no sabía cómo estaba él realmente. Había escuchado que estaba mal por una nota en el diario El País. Psicológicamente, estaba mal y no le estaban dando ningún tipo de atención psiquiátrica. A partir de una llamada con el cónsul, este le dice: “Oye, hay un estudiante que quiere hacer una película sobre ti. Fue a la misma escuela que mi hermano”. “Ah bueno, entonces dígale que venga”. Fui hasta el norte de Houston, donde está la prisión, a verlo. Hice mal el proceso administrativo para entrar y no pude. Entonces dije: fin de la historia. La primera persona de la prensa que él decide ver, y yo ni siquiera puedo hacer bien el papeleo para entrar. Me regresé muy triste, pensando que ya nunca más me iba a recibir. Un día, me llegó una carta de él que decía: “Santiago, yo no entiendo nada de cómo se hacen los trámites en la cárcel, pero arregle lo que tenga que arreglar y yo aquí lo voy a estar esperando”. A partir de esa carta, comencé a responderle y hubo un intercambio hasta 2020. La primera entrevista que se ve en la película se la hice unos días después de que le quitaran la pena de muerte. Unos meses después, el 14 de mayo de 2020, salió de prisión, durante la pandemia.

-¿Por qué creen que aceptó hablar con Santiago y cómo se fue construyendo ese vínculo de confianza?

Javier Campos López: Creo que la confianza que se generó entre ellos tiene mucho que ver con la constancia. Porque, con las personas que están en prisión, siempre hay quienes van y vienen, que escriben y luego dejan de escribir o pierden contacto. Creo que la constancia fue lo que generó esa confianza mutua con César, al saber que Santiago realmente estaba ahí. Por eso, que César llegara a este nuevo espacio con la familia de Santiago tenía sentido. Era algo que había estado en su vida durante los últimos 10 o 12 años, y para él no fue difícil aceptar.

-¿Cómo fue la decisión de ayudar a César de una forma tan cercana y solidaria al salir de prisión? ¿Tu familia aceptó enseguida?

SE: Cuando César salió, vino a vivir con mi familia porque no tenía a dónde ir. Es un edificio en la Ciudad de México que tiene unas habitaciones que se utilizaban como lavanderías y cada departamento tiene un espacio arriba, en la azotea. Los abogados americanos, que no conocían nada de México, confiaban en mí. Teníamos el problema de sacar a una persona de prisión que ha estado en confinamiento solitario durante 40 años. César quería regresar a Ciudad Juárez. Entonces, buscamos un espacio que lo pueda recibir. Una amiga me recomendó con un padre que, en aquel entonces, dirigía un refugio, la Casa del Migrante. Fuimos a conocer la casa que es muy bonita. Vimos dónde estaría César. ¿Qué sucede? Primero, Trump. Trump cambió toda la política migratoria, y la Casa del Migrante pasó de tener 100 o 200 personas por noche a tener 1000. Luego vino la pandemia. El padre me dijo: “Yo lo recibo con mucho gusto, pero el problema es que tiene que hacer 15 días de cuarentena en algún lugar, porque si viene de la prisión, se contagia en el camino y llega con COVID, aquí tengo 1000 personas durmiendo todas las noches”. Entonces, César vino a Ciudad de México, hizo la cuarentena y, después de eso, concluimos que lo mejor era que se quedara un poco más de tiempo en México y que, posteriormente, fuera a Juárez para evaluar si era un lugar donde él podía desarrollarse. La película trata un poco de eso: de esa llegada improvisada a la Ciudad de México y de su regreso a Ciudad Juárez, para ver qué quedaba de su pasado allí, y decidir qué quería hacer.

-En Los años de Fierro se aborda el maltrato a los migrantes mexicanos del otro lado de la frontera, una temática que también aparece en otra de las películas que hicieron juntos, La mujer de estrellas y montañas. ¿Les interesa seguir explorando este tema?

JCL: Yo soy editor, realmente. Tengo varias películas que tratan sobre personas que han estado en prisión y sobre todo sobre la justicia en términos de lo que significa. Porque tenemos esta idea de que la justicia tiene que castigar el crimen y demás. Pero también está esta pregunta más grande sobre la justicia: ¿Qué es realmente? ¿Qué es lo justo para una u otra persona? Si no hay reparación, para mí no hay justicia. Para mi hay un doble crimen que se cometió, y que el Estado está ejerciendo sobre una persona inocente en este caso. Así que ese tema de la justicia me resulta muy apasionante e interesante.

SE: Y sobre todo es una película sobre cómo reconstruyes de las cenizas de verdad, cómo reconstruirse desde cero. César es como el Fénix.

-¿Cómo mantenerse entero después de todo eso? ¿Cómo creen que hizo para sobrevivir de esta manera todos estos años?

SE: De verdad, es un ejemplo de resiliencia. Es una persona admirable. Le tengo mucho aprecio, somos amigos. Pero toda la gente que conoce a César, sepa o no su historia, queda de algún modo enternecida y maravillada con él, porque es una persona muy, muy especial.

JCL: Yo veo a César como un monje budista. Siento que aprendió a apagar sus emociones, a entrar en una especie de Nirvana extraño, forzado. Parte de lo que la película exploraba era cómo esas emociones iban despertando. Era como ver a un hombre que empezaba a despertar. Porque, para poder vivir, tuvo que apagar todo: la tristeza, la alegría, la mayor cantidad de sentimientos posibles, tenerlos nublados de alguna forma para poder aguantar. Y creo que no cualquiera lo logra. Se necesita acompañamiento, una red de protección.

SE: Si no fuera por el equipo de la película, que también me ha estado acompañando en este proceso, prácticamente no ha habido ningún apoyo para él. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos hizo una recomendación. No puede meterse con lo que hizo Texas porque no tiene jurisdicción, pero le dijo al municipio de Ciudad Juárez: “Ustedes tienen que responsabilizarse de lo que hicieron, porque torturaron a esta persona para que se echara la culpa”. Eso no solo llevó a que lo condenaran a muerte, sino también a que lo aislaran durante 40 años, y evidentemente hay secuelas. Entonces, tienen que responsabilizarse. Creo que les dijeron que tenían que pedir una disculpa pública, poner una calle con su nombre, pagarle el psicólogo, pagarle los medicamentos que requiera y, además, darle un apoyo económico. Hasta ahora no hay nada. Esperemos que algo funcione y que la película pueda ayudar en esto.  

JCL: La intención es sensibilizar sobre este tema, porque todavía hay muchas personas condenadas a muerte en Texas, donde César estuvo. Muchas personas están experimentando ahora mismo las condiciones que César vivió. Por eso es importante entender la película desde ahí: este es el caso de una persona, pero desgraciadamente todavía hay muchas más adentro. Ojalá también logremos generar el ruido suficiente para mover las cosas y generar algo para César, para que su caso tenga más resonancia.

*Vanesa Berenstein es encargada de programación del Festival de Cine Latinoamericano de Toronto (LATAFF) y curadora del área de cine de Inspirad@s.

Vanesa Berenstein
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Encargada de Programación del Festival de Cine Latinoamericano de Toronto (LATAFF)

Investigadora en MAP Centre for Urban Health Solutions, St. Michael's Hospital, Unity Health Toronto