Del terror…al amor

Me cuesta situar el recuerdo en un tiempo concreto, más debía haber tenido unos cuatro o cinco años. Una tarde nos dirigíamos con mi hermano, tres años mayor que yo, hacia casa. En el momento justo en que pasábamos delante de un garaje con la puerta abierta, un perro, cuya raza no recuerdo pero que mi memoria tiende a dibujar como a un pastor alemán, corrió hacia nosotros a toda velocidad. Sus ladridos me paralizaron y solo logré producir un grito de terror. El perro siguió de largo, o quizás alguien lo detuvo. No lo recuerdo, solo sé que no nos sucedió nada, aparte del susto, por supuesto. Pero ese momento fue un parteaguas para mí; a partir de allí desarrollé un gran miedo hacia los perros que no mejoró mucho con los años.

Sin embargo, la vida tiene sus maneras y en mi juventud, las circunstancias me llevaron a convivir muy de cerca con perros de diferentes tamaños, e incluso, tuve que vivir con ellos, en casas ajenas por años. Gracias a estas experiencias, el miedo comenzó a disminuir poco a poco, más siempre que me acercaba o me movía cerca de ellos, lo hacía con precaución y temor. Aunque llegué a encariñarme con algunos de esos animalitos, y que sus partidas me arrancaron las lágrimas, eso estaba lejos de significar que yo quisiera tener, algún día, a un perro en mi casa. De niña nunca tuve uno y no conocía los placeres de crecer con una mascota.

Cuando mi pequeño cumplió seis años, su papá le prometió un perrito. La verdad, yo no me sentía tan entusiasmada con la idea, aunque sabía que se trataría de un animal de raza pequeña, y que quien asumiría la mayor responsabilidad sería mi marido. Pero ¿cómo tomar el rol de aquella que le rompería las ilusiones a un niño de tener una mascota?

Así que después de una búsqueda de varios meses, una asociación que rescata perros y los da en adopción, nos informó que nuestra solicitud había sido aceptada. Poco tiempo después, recibimos a una cachorrita de solo dos meses de nacida; tan pequeña que cabía en la palma de la mano de mi marido. A mí me pareció una ternura, pero confieso que no fue amor a primera vista, como sé que lo fue para mi hijo y su papá.

A un año de la llegada de la perrita a nuestras vidas, me digo que es un buen momento para evaluar la situación. Muchas cosas han cambiado en casa. Nuestra rutina se tuvo que adaptar a las necesidades del perro; ya no podemos partir sin prever lo que se hará con ella y aunque no faltan momentos en que me quejo por las complicaciones que su presencia conlleva, ya no concibo mi vida sin ese ser que me espera detrás de la puerta y que salta de alegría nada más me ve.

Tania Farias
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto