La magia de la resiliencia en los niños

Según el diccionario de la lengua española, la resiliencia es la capacidad de un ser vivo para adaptarse frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.

Durante la pandemia y, quizás mucho antes, fue muy común escuchar que los niños, en particular, son seres resilientes, con una capacidad de adaptación increíble. Tal vez porque tenía un niño en casa, que si bien tuvo esos momentos en que decía extrañar a sus amigos después de varias semanas en teleeducación, en general se mostraba en equilibrio; entonces, adopté como propio ese concepto de la resiliencia infantil.

Con estas palabras que plasmo, no intento demostrar lo contrario, pues sigo creyendo con firmeza que los niños son resilientes, sin embargo, también creo que es importante el no minimizar su sentir cuando se encuentran ante un cambio consecuente y que esa resiliencia de la que los adultos tanto hablamos, no es un producto inmediato y mágico.

Después de haber vivido durante seis años en un mismo ambiente y espacio, mi hijo había construido su pequeño mundo en el que se sentía feliz, integrado; en definitiva, había encontrado su lugar y estaba cómodo. Pero como en la vida nada se mantiene estático, tuvimos que mudarnos y su universo cambió radicalmente de un día para otro. De asistir a un pequeño establecimiento escolar de no más de quinientos alumnos, su nueva escuela alberga más de cuatro mil. Además, la ciudad a la que nos mudamos es grande, enorme, incluso para mí, con un ritmo, códigos y costumbres diferentes. El cambio fue radical. Sin contar que ese cambio implicó dejar atrás a estimados amigos.

Por supuesto, después de las semanas iniciales en la que empezó a hablarme de sus nuevos amigos y de haber sido invitado a un primer cumpleaños, me repetía mí misma la afirmación que tanto escuché en la pandemia: los niños son resilientes. Con esa frase bien grabada en mi mente, avancé las siguientes semanas creyendo que mi hijo, a diferencia de mí, había logrado adaptarse de maravilla en este nuevo espacio, y había sobrepasado con éxito la situación de cambio tan drástico al que lo habíamos sometido.

Sin embargo, el balde de agua fría, el que me volvió a poner los pies en la realidad y apachurró mi corazón, cayó ese día en que mi niño llegó con un bonche de hojas que su papá y yo teníamos que firmar para autorizar su participación en un viaje escolar que se realizará en las próximas semanas. Con un llanto de tristeza, de angustia y desasosiego, mi hijo me suplicó que no los firmara, que no le diera ese permiso. Después de buscar tranquilizarlo y tratar de entender lo que sucedía, me di cuenta que la resiliencia no es un acto de magia. Al contrario, es un proceso que puede ser más largo de lo que deseamos y ese niño que, ilusamente yo había creído se encontraba en equilibrio, a pesar de todos los cambios que había sufrido, en realidad seguía buscando su lugar, y aunque no me lo hubiera expresado de viva voz, ni mostrado a través de sus actitudes, seguía extrañando su pequeño mundo, ese en el que tenía amigos de años y en el que se sentía integrado y en confianza.  

Ver llorar a mi hijo con tal tristeza, me mostró que tengo mucho más que aprender sobre la resiliencia en un niño. Que si bien, esta es una actitud frente a la vida, una cualidad, y que el mantenerse con una mentalidad positiva puede ayudar en los momentos de adaptación, también como padres tenemos la responsabilidad de acompañar ese proceso de cambio, de cobijarlo y de hacerles saber a nuestros hijos que en nosotros siempre podrá encontrar el confort que necesitan.

Mi hijo participará en ese viaje escolar, porque tanto mi marido como yo, consideramos de suma importancia el que sea capaz de forjar su ser lejos de nosotros, en autonomía e independencia. Ambos hemos hablado con él y pequeños progresos se han manifestado. El llanto ya ha desaparecido. Su profesor también está al tanto de su sentir y nos ofreció conversar con él. Por todos los medios, estamos en búsqueda de propiciar ese ambiente de confianza que tanto necesita y esperamos que poco a poco,  en este proceso de adaptación, su equilibrio logrará restaurarse de nuevo.

Y sí, la resiliencia infantil no es un mito, pero no es algo mágico, es un proceso.

Tania Farias
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto