Nunca he sido afecta a los juegos de cartas o de azar —en mi infancia tuve una fase de interés que nunca fue alimentada y pronto pasó―. Sin embargo, al poco tiempo de haber llegado a Toronto, conocí el juego de mah-jong, muy popular en algunos países asiáticos. Gracias a este y a las amistades que creé, años después de mi introducción al juego conservamos reuniones regulares para disfrutar de nuestro pasatiempo.
Aunque solo jugamos por el placer de hacerlo, por supuesto que ganar es algo que busco, pero al conjugarse el azar con la estrategia, hace que una parte del éxito no dependa de mí. No me considero una experta, mas conozco bien las reglas y manejo con comodidad una buena cantidad de combinaciones que deberían darme la posibilidad de ganar. A pesar de todo, la mayoría de las veces, pierdo; aun cuando en la distribución de fichas me es evidente una alta probabilidad de triunfo. Pero la suerte no me sonríe, y las fichas que necesito para terminar la estrategia, simplemente no llegan.
Después de una racha de pérdidas acumuladas, no falta el momento en que declaro en voz alta que la mala suerte me persigue. Y no solo en mah-jong, sino en una rifa o un evento donde la suerte sea un factor decisivo. Siempre que participo lo hago anticipando mi derrota.
No obstante, este discurso sobre mi mala suerte tuvo un cambio de perspectiva radical después de una conversación con una amiga en la que evocamos el tema. Ella me contó que hacía unos días se había detenido en una tienda de conveniencia, estacionándose justo en frente de la entrada. Al pagar, el señor en la caja le propuso comprar un billete de lotería. La respuesta de mi amiga fue la misma que yo hubiera dado de haber estado en su lugar, “gracias, pero no tengo suerte”. El señor con una sonrisa y mirando hacia el carro de mi amiga (de modelo muy reciente y una marca alemana bastante reputada) le respondió: “Manejas ese carro y, ¿dices que no tienes suerte?
Ella reconoció que a veces no se da cuenta de la suerte que la vida le da todos los días. Por mi parte, aunque no manejo un carro del año, ni de marca alemana, esa reflexión me hizo mirar hacía mi interior. Es verdad, casi nunca gano en los juegos de azar, pero tengo la fortuna de contar con un grupo de amigos en quienes me puedo apoyar. También tengo la dicha de tener una familia que me hace feliz; que, a pesar de los altibajos de la vida, tengo mucha suerte por las personas que se cruzan cada día en mi camino. Y cierto, no suelo ganar en los juegos de azar, pero gracias a la vida, los dedos de mis manos no me son suficientes para contar todas mis bendiciones.
Tania Farias
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto