La violencia es un tema recurrente en la actualidad. No pasa un día sin que los noticieros, redes sociales o medios en general, presenten algún suceso violento. Además, es un tema usual en las discusiones entre amigos; sobre todo entre personas, que, como yo, venimos de países donde la violencia causa estragos. A pesar de todo, tengo la impresión, de que en general, la percibimos como algo lejano, en especial cuando tenemos la fortuna de vivir en un país como Canadá. Sin embargo, está más cerca de nosotros de lo que a veces somos conscientes.
Hace algunos días asistí a una celebración pública. Mientras disfrutaba del espectáculo, vi a un hombre de más de setenta años que se molestó porque la chica, delante de él, levantó sobre su cabeza una revista para protegerse del sol. Sin más, él tocó, con brusquedad y fuerza, el hombro de la chica para exigirle que bajara la mano revista. La joven le respondió con desagrado algo que no logré escuchar. Uno de los dos acompañantes de la chica le lanzó una mirada dura al hombre, mientras le decía a su amiga que subiera su revista si le era necesario. El otro, un individuo corpulento, se ofreció, haciendo uso de un vocabulario florido, a golpear al anciano.
Aunque inicialmente a mí también me incomodó la acción del anciano, pronto comencé a preocuparme de que las cosas escalaran a otro grado; el corpulento se arrimó al borde de silla, se volteaba hacia el anciano, y repetía su propuesta de golpearlo. Aunque la chica parecía responder que no era necesario, su actitud de indignación seguía alimentando la hoguera. Estoy segura de que una sola palabra de ella hubiera bastado para que el acompañante se levantara y la alegre celebración terminara en una tragedia. Al final, todo se resolvió cuando el anciano, que comprendió el peligro que corría, se levantó y se fue.
Lo peor de esta escena es que no se trata de una situación aislada. De hecho, me recordó momentos en que he presenciado ese tipo de despliegues. Sin embargo, no deja de sorprenderme y atemorizarme la facilidad con que la ira del joven se había encendido, y el largo tiempo por el cual guardó su enojo: Aun cuando el anciano había desaparecido, lo buscó con la mirada por un buen rato.
Si bien existió un agravio, la violencia, como en la mayoría de los casos, no resolvería nada. Cabe preguntarse si el despliegue de agresividad del acompañante era un verdadero deseo por defender una injusticia, o simplemente porque la violencia está tan impregnada en los individuos, que en muchas ocasiones las reacciones van cargadas de ella. Y por supuesto no puedo evitar remarcar que la violencia está tan cerca de nosotros, en el día a día, en un amigo, un familiar o en nosotros mismos. Está tan cerca, que en lugar de reprimirla, hemos aprendido a normalizarla, justificarla, e incluso, considerarla como un acto heroico.
Tania Farias
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto