Después de un par de años de reflexión, renuncié a mi trabajo, hice las maletas y me fui a vivir mi aventura en Francia. A pesar del tiempo transcurrido, esos últimos días antes de mi partida se quedaron grabados en mi memoria con gran nitidez. Cada decisión había sido mía. Cada paso lo había dado con el conocimiento de lo que estaba dejando atrás, o al menos eso pensaba; pronto aprendería que una cosa era imaginar lo que sería y, otra muy distinta, el experimentarlo. Los « por qué te vas » fueron constantes, y también los « qué necesidad tienes de irte tan lejos si en México tienes todo, familia, amigos, trabajo ». Mi respuesta siempre fue la misma, « no lo sé, pero necesito irme ».
Y allí estaba yo, cerrando un largo capítulo de mi vida, vendiendo las pocas cosas que tenía y que no podría llevarme conmigo; dejando atrás toda una época. Y allí estaba yo con el corazón roto, llorando, despidiéndome de cada uno de mis amigos y de cada integrante de mi familia. Me estaba yendo y sí, me moría de tristeza. Pero seguí avanzando, la decisión estaba tomada; necesitaba descubrir nuevos horizontes, sufrirlos, disfrutarlos, como fuera, pero tenía que irme.
Me fui muy lejos de casa, y sin importar la distancia, finos hilos me siguieron uniendo a esa vida que un día tuve. Estaba convencida de que más de diez mil kilómetros no serían suficientes para cortarlos. Así que me aferré a ellos, como un náufrago a un trozo de madera flotando en el infinito del océano. Me aferré de esos hilos, en especial, en los primeros meses lejos de casa, los cuales se sintieron como un largo invierno desolado. Me refugié en las llamadas de teléfono, a través de las cuales continuaba a sentirme parte de los grupos a los que solía pertenecer. En una época en que las redes sociales aún no eran parte de nuestro cotidiano, las cartas también fueron mis aliadas.
Gracias a esos hilos, sobreviví el primer año, que luego se convirtió en dos y después en tres, hasta que dejé de contar, hasta que de nuevo tuve que mudarme y volví a empezar.
Después de casi veinte años de esa primera despedida, hoy miro a mi alrededor y me doy cuenta de que de mi cintura penden varios hilos. Algunos son tan finos que es muy probable que se romperán muy pronto o que soltaré porque ya cumplieron su función; pero hay otros tan gruesos, tan resistentes que siguen siendo ese puente de conexión hacia lo que un día fui y que han definido lo que soy hoy en día. De esos, me aferro con todos mis fuerzas porque son y seguirán siendo mi soporte.
Tania Farias
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto