Mudanzas

Perder a un familiar muy cercano es sin duda una de las situaciones más estresantes que pueden existir en la vida. Pero existen otras tantas que aunque no implican la separación definitiva de un ser amado, también conllevan pérdidas, duelos y mucho estrés. Tal es el caso de una mudanza. En especial, cuando el cambio se realiza a una nueva ciudad, o peor aún, a un nuevo país.

De mudanzas, conozco un poco. Desde mis diecisiete años, por razones escolares, salí de mi hogar, aunque durante ese tiempo todavía tenía la posibilidad de regresar cada fin de semana a mi casa y continuar bajo el cobijo familiar. A pesar de eso, aquel “pequeño cambio” tuvo un efecto en mí, al tener que salir de la dinámica de mi propia familia y tener que ajustarme, sin chistar demasiado, a las costumbres de mis nuevos huéspedes.

Algunos años después, llegó mi primera gran mudanza, la cual significó una pérdida mayor, pues tan solo pude llevar conmigo un mínimo de mis pertenencias y recuerdos, aquellos que encontraron un espacio en las dos grandes maletas que cruzaron el Atlántico conmigo. Fue esa ocasión la primera vez que realmente tuve que decir adiós a mis amigos, a mi familia y a la vida que me había construido por tantos años y que tanto disfrutaba.

En fin, las mudanzas al extranjero, si bien no se volvieron anuales o demasiado cercanas una de otra, se han repetido a lo largo de mi vida. Por supuesto, nunca me ha faltado el comentario en alguna conversación con alguien que jamás ha realizado una mudanza de esa índole que dadas mis experiencias previas, ya debo estar acostumbrada. No obstante, esa afirmación no podría estar más alejada de la realidad. Al menos, de la mía, pues a pesar de las similitudes logísticas, y de los adioses, cada nueva mudanza se ha vuelto más difícil de sobrellevar.

Cierto, en mi cabeza existen ciertos patrones que sé que tendré que seguir. Sé que habrá un tiempo más o menos largo, en la espera de recuperar nuestras pertenencias; sé que el ajuste en el nuevo lugar tomará su tiempo. Pero, también sé, que no importa cuántas veces lo habré hecho, ni la experiencia ya adquirida, cada situación será diferente y la incertidumbre me acompañará por largos meses a venir.

En efecto, tal vez conozco la dinámica, pero nada me prepara a todo lo que vendrá: ni al dolor de la pérdida de una vida construida, ni al dolor de dejar atrás mi rutina, de despedirme de esos lugares en los que me sentí segura, familiar, en lo que me reconocía. Pero sobre todo, nada puede prepararme para dejar atrás a esos amigos que me cobijaron en sus brazos durante tantos momentos de convivencia.

Mudarse es dejar atrás el lugar que llamaste hogar, y tener la fuerza y la paciencia para volver a construirlo de nuevo, y eso, eso duele, sin importar cuántas veces atrás lo hayas hecho.

Tania Farias
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto