Por la eternidad

Cerré los ojos y pensé en él, en esos últimos momentos que pasamos juntos; en su mirada perdida en el horizonte como soñando con una nueva aventura, en sus ansias por comerse el mundo. Recordé mis miedos, mi preocupación, mi tristeza al verlo evadirse poco a poco, alejándose cada vez más de mí. En mi interior sabía lo que venía, sabía que el momento de los adioses estaba por llegar, mas su actitud desenfadada y soñadora me hacía guardar una esperanza, y al mismo tiempo, perder los estribos.

—Pero ¿qué es lo que buscas? Tienes que entender que tu comportamiento es preocupante. No puedes seguir con esa conducta insensata —le repetía y repetía con la esperanza vana de sosegar su ímpetu.

Él hacía como que me escuchaba y hasta me respondía con alguna frase que pudiera calmar mis ansias, pero su mirada brillante lo delataba. A pesar de estar sentado a mi lado, su mente se perdía en los confines de su memoria, construyendo mundos en los que podría ser libre de esas enfermedades y achaques que en los últimos años lo aquejaban.

Definitivamente ya no era un niño y sus piernas cansadas se lo recordaban sin cesar. Sin embargo, en esos días, lo que reinaba en su corazón era la esperanza, y estaba convencido de que sus dolores se irían pronto, de que volvería a ser el hombre fuerte que un día fue y de que nuevas oportunidades tocarían a su puerta.

Al cerrar los ojos también recordé, como con enardecida fe, mi padre prometía ir a visitarme hasta las tierras lejanas a dónde yo había emigrado. Y aunque mi corazón gritaba su deseo por que así fuera, muy adentro de mí sabía que su milagrosa recuperación era solo momentánea. Pero el recuerdo más vivo que guardo de esos últimos días con él es que a pesar de su comportamiento preocupante emanaba una paz interior. Alrededor de él, todos nos enloquecíamos sin saber cómo actuar ante sus palabras y sus acciones que nos parecían tan irracionales. En absoluta calma, él se sentaba con su biblia, a leer con tranquilidad la palabra de su Dios. Después tomaba un descanso y me decía con serenidad:

— Si Dios quiere me voy a poner bien.  Pero si su voluntad es llevarme a su lado, estoy listo el día que él quiera.

Pienso en él y veo su rostro sereno y sus ojos cerrados durmiendo por la eternidad.

Tania Farias
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto