Llegamos muy temprano al aeropuerto de Malpensa-Milán. El vuelo se anunciaba para las seis de la mañana, fue el más económico que encontramos. Teníamos la plata contada, pero no podíamos perder la oportunidad de conocer algo de Europa antes de retornar de nuevo al continente americano.
Llevábamos dos años viviendo en Italia cuando nos llegó la noticia de que nuestra solicitud de visa de inmigrante a Canadá había sido aprobada y deberíamos tocar territorio canadiense para el mes de junio. Por lo que entre abril y mayo nos dedicamos a visitar la mayor cantidad posible de sitios emblemáticos de algunos de los países europeos.
Escogimos Inglaterra, Francia y España, aunque tuvimos que dejar a la República Checa, Alemania y Grecia por fuera, las cuentas no daban para tanto; Ya veríamos en el futuro la posibilidad de lograrlo.
La ciudad de Londres fue la primera en la selección. Aterrizamos a las siete de la mañana en el aeropuerto de Heathrow y tomamos el tren desde ahí hasta el centro de la capital inglesa.
Cuando tuve la oportunidad de estar en la calle y contemplar el panorama, observé a la distancia una torre inmensa color azul. La estructura era tan impresionante que fue lo primero que quise conocer. Empezamos la caminata y calle tras calle parecía que la torre estaba a la misma distancia. Pero había que perseverar. Algo tan imponente debería ser importante. Continuamos caminando a paso rápido por más de cincuenta minutos, hasta que al fin pudimos ver que ya estaba cerca.
Sudados, sedientos, pero llegamos. Al contemplar la torre desde su base, nos dimos cuenta que era un rascacielos de oficinas con forma de huevo. Y desde su planta principal lucía como un edificio cualquiera, en donde personas entraban y salían a toda prisa. Sus puertas giratorias no paraban de dar vueltas.
La vista era mejor de lejos que de cerca.Por la expedición en busca del huevo, perdimos energía y a la hora de visitar el Puente de Londres, el Parlamento, el Big Ben, estábamos ya tan cansados que decidimos subir al London Eye para tomar un respiro. Contemplamos la ciudad desde lo alto. Una vez abajo, buscamos los lugares más destacados en nuestro teléfono, cosa que deberíamos haber hecho desde el principio. Empezamos a organizarnos. Hicimos la lista de todo lo que nos gustaría ver, la ordenamos por distancia y empezamos la aventura. Lo primero que quisimos visitar fue la catedral de Saint Paul, pero no sabíamos que cobraban quince libras por persona, la descartamos. Nos enfocamos en conocer las atracciones que estaban a las orillas del río Tamesí, pero muchos otros lugares importantes se quedaron en la lista de “los veremos en la próxima” porque ya no podíamos con el cansancio. Por la noche regresamos al aeropuerto rumbo a Milán. Aprendimos que es mejor llevar un plan de lo que vas a visitar, sus distancias e incluso si hay que pagar entrada. Es la mejor forma de aprovechar el tiempo y el dinero. Vamos a planificar mejor cuando llegue el momento de visitar París y Madrid.
Glennys Katiusca Alchoufi
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto
Totalmente. El plan de vuelo se hace antes de despegar!