Siento el sol y el aroma en mi piel

“En honor a las palabras de mi amiga Maritza. En este artículo se presenta el sentimiento de mi amiga y el de muchos de los venezolanos que andamos populando el mundo”

El fin de un año es probablemente el momento en donde algunos hacemos un balance de lo bueno o malo que hemos vivido, pero más que repasar el año que finaliza, es querer expresar la sensación de ausencia que se lleva en el alma al ser inmigrante.

Desde que se sale de la tierra que nos vio nacer, para aventurar en una nueva y enfrentar todo lo que con ello se viene: un nuevo idioma, comidas diferentes, sabores y olores ajenos. Hay momentos en que la nostalgia de estar lejos del lugar donde se nació, nos arropa. Nostalgia que se traduce en querer comer la comida con la que crecimos, comiendo o escuchando la música que nos transporta a esa Venezuela que vive en nuestros recuerdos. Hay momentos en que la tristeza nos asalta y nos atacan unas ganas increíbles de querer ir a visitar y quedarse allí unos días en Caracas e ir a El Ávila; luego viajar a la Isla de Margarita a visitar la Virgen del Valle, ir a todas las playas de la isla, pedir cocada y comer mariscos frente al mar; viajar a los Andes, visitar la hermosa ciudad de Mérida y tomar el teleférico para subir al Pico Bolívar; viajar a Los Roques y tomar un catamarán para hacer esnorkel, en el bello arrecife de coral y tenderse en sus blancas arenas… y tal vez tener algo de tiempo para ir a Canaima, para atravesar la Gran Sabana y sentir la llovizna del Salto Ángel en el rostro.

Muchas veces nos reunimos con amigas que pueden darse el lujo de vacacionar en sus países. Otros ni siquiera podemos hacer eso. Sacar un pasaporte es una odisea y sin él no se puede salir del país. Visitar Venezuela causa miedo no saber lo que vamos a encontrar.

A menudo cantamos en voz alta canciones que nos recuerdan el país donde nacimos, así como las cosas que marcan la diferencia entre ser venezolano y de cualquier otro país latinoamericano. No es para que se malinterprete, no hay nada malo en la cultura de los otros países, o no hay sentimiento de que los venezolanos sean mejores, es tan simple como que cada país tiene sus diferencias, a pesar de que los extranjeros no las noten.

Una de las canciones que los venezolanos se llevan grabados en la mente y el corazón se llama Venezuela, la misma que se ha convertido en un segundo himno y se usa para mostrarle al mundo cómo nos sentimos.

Llevo tu luz y tu aroma en mi piel y el cuatro en el corazón.

Llevo en mi sangre la espuma del mar y su horizonte en mis ojos

Soy desierto, selva, nieve y volcán, y al andar dejo mi estela, el rumor de una canción que me desvela…

Y si un día tengo que naufragar, y el tifón rompe mis velas

Enterrar mi cuerpo cerca del mar, en Venezuela…

Y es que esta canción lo dice todo… dejamos nuestro país para empezar en un nuevo lugar que hemos aprendido a apreciar, respetar y adorar tanto como el nuestro, pero muy dentro de nosotros hay un lamento que nos está pidiendo que hay gritarle al mundo las preguntas que nos encogen el corazón: ¿por qué hubo un grupo de personas que secuestraron a nuestro país, y por qué necesitábamos empezar de nuevo en uno diferente?… Veo en las noticias a tantos migrantes venezolanos cruzando, en  largas caminatas, la selva del Darién en Panamá, y mis ojos se inundan, siento un nudo en la garganta y me pregunto, por qué nos quitaron nuestro país y nuestros sueños como padres de ver a nuestros hijos crecer y tener una vida agradable en el mismo país donde ellos y nosotros nacimos.

Pero es realmente más triste pensar en esos ancianos, que han necesitado irse, escapar con sus hijos adultos, con sus nietos, ya que quedarse solos en su tierra natal no era una opción y por tanto muchos fueron a vivir sus últimos años en países ajenos, y saber que no van a poder ser enterrados en la tierra de su amor, donde crecieron y vivieron casi toda su vida.

Glennys Katiusca Alchoufi
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Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto