Decirles adiós a los amigos es una tarea difícil y dolorosa. Cuando se mudan de ciudad, provincia o país nos dejan un duelo, pero sabemos que la tecnología nos ayudará a mantener el contacto. Una videollamada, un chateo por las redes, en fin, hay muchas formas de mantener el contacto.
Lo triste es cuando han decidido tocarle las puertas a San Pedro. En ese caso el duelo es diferente. Nos cuesta decir adiós para siempre. Esos amigos o amigas que se nos han adelantado nos dejan un agujero que no se puede llenar con otras personas.
Aunque tenemos una capacidad infinita para almacenar cariños y amigos, cada uno es irremplazable. Me ha tocado decir adiós más de una vez y en cada ocasión la herida es la misma, pero diferente. En cada cumpleaños extraño esa llamada de felicitaciones, en cada logro, en cada evento, los eternos ausentes se hacen sentir con más fuerza. A la mente llegan aquellas palabras que quedaron por decir, nos arrepentimos de haber dejado para otro día el expresarles lo mucho que significaban y siguen significando, lo importante que eran o lo tanto que los extrañamos. Soñamos con ellos, hablamos al aire con la esperanza de que donde estén ahora aún puedan escucharnos.
Me gustaría saber si luego, cuando el ausente sea yo, si mis amigos también se habrán quedado con palabras por decirme, afectos por mostrarme o me hablarán al aire esperando que los escuche. La muerte es lo más seguro que nos sucederá tarde o temprano, a todos nos tocará partir, pero es a lo que menos estamos preparados. Cada vez que recibo la noticia de que algún amigo ha partido, es como si fuera la primera vez y dicen que con el pasar de los años uno se acostumbra, pero para mí no es tan fácil. Los recuerdos se agolpan uno tras otro con los momentos especiales como la fecha de su cumpleaños, Navidad y otras en las que compartimos experiencias.
Mi amiga Raffaella trascendió hace más de diez años y cada once de septiembre elevo una plegaria por su cumpleaños. Mi amigo Félix partió solo hace pocas semanas y a ambos los extraño por igual, los recuerdo con frecuencia. Sus voces suenan en mi memoria, sus risas, sus formas de expresarse. Pasará mucho más tiempo para que esos recuerdos se difuminen en mí. Me entristece no poder compartir esas las largas charlas sobre cualquier tema, los comentarios de personas en común que pudimos haber visto o hablado recientemente y sobre todo, los muchos recuerdos compartidos con camaradería. Extraño esos ratos de cháchara y risas que espontáneamente brincaban ante cualquier chiste por malo que hubiera sido.
Mientras yo tenga vida ellos también vivirán, porque para morir, primero debemos ser olvidados y eso es algo que yo no podré hacer.
Glennys Katiusca Alchoufi
Integrante del Certificado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Toronto