Los traspasos de estrellas inverosímiles son difíciles de creer. Incluso en la NBA, donde cualquier cosa puede pasar. La idea más remota en el cajón de los imposibles recaló en Milwaukee, y cambió por completo los planes de los Bucks.
Damian Lillard fue traspasado al equipo de Wisconsin, y con él nuevas esperanzas tras la debacle de los pasados playoffs, donde cayeron ante los Miami Heat en primera ronda. Un absoluto desastre que, por supuesto, tendría consecuencias.
Mike Budenholzer, que ya estaba cuestionado, fue el primero en caer. El responsable de llevar a la gloria a los Bucks, de colar en el Olimpo a un equipo que no estaba acostumbrado a ganar, fue cesado. En su lugar llegó un Adrian Griffin (fue asistente en los Toronto Raptors) que, a pesar de llevar más de 15 temporadas en los banquillos de la NBA, esta será su primera como técnico principal.
La llegada del base de 33 años, estrella de la liga desde hace una década, trastoca (a mejor, por supuesto), un proyecto que estaba cuestionado. Con más dudas que certezas. El precio a pagar fue un Jrue Holiday que juró lealtad a Milwaukee hace tan solo unos días.
Los Bucks pierden a uno de los mejores defensores de la liga, el ancla en canasta propia, pero ganan a una superestrella, a un astro capaz de vencer por sí solo cualquier partido. Lillard nunca ha tenido un jugador de la talla de Antetokounmpo a su lado, y será esfuerzo suyo crear la sinergia perfecta. El ataque en Wisconsin mejorará, y no por poco.
Dos jugadores que pueden romper en el dos contra dos, peligrosos por dentro y fuera y que optan a MVP. Más de 30 puntos por encuentro cada uno la pasada campaña. Una combinación explosiva, que puede salir bien o desatar rumores a los pocos meses. La madurez y experiencia invita al optimismo.
Una baja menor, aunque también importante en el esquema, es Grayson Allen. El jugador que se ganó una mala fama en Duke y se destapó como buen 3&D (tirador y defensor), tuvo momentos de brillo en Milwaukee, aunque menos de los esperados.
En una franquicia que, hasta hace un lustro, no estaba acostumbrada a ganar, parece incluso raro no competir cada año. La llegada de Lillard catapulta las esperanzas y, con ello, las expectativas. Tras la debacle, el cambio tenía que ser de raíz, y el objetivo vuelve a ser un campeonato.
Un equipo que no ha pisado finales de Conferencia en las dos últimas temporadas, que ha dado más seguridad en la campaña regular que en playoffs, necesitaba un giro de 180 grados, una transformación que vaya más allá de lo residual.