Es la isla más pequeña de Honduras, y la más próxima al territorio continental del Caribe. Situada en la zona norte del continente y con paisajes de agua turquesa alejados de la masificación, es sitio de los “famosos”, para segundas residencias.
Alrededor de la isla se encuentra la gran barrera de coral de Mesoamérica, que cuenta con varias escuelas de buceo de certificación internacional para conocer este pequeño paraíso bajo sus aguas, como Utila Water Sports, capitaneada por Troy Bodden.
“Utila es el lugar más bello del mundo, Colón desembarcó aquí sus naves atraído por su belleza”, dijo Bodden sobre la pequeña isla, en la que incorporó proyectos innovadores en torno a la sostenibilidad y el reciclaje, como calles pavimentadas con argamasa realizada de productos reciclados.
Con apenas 50 kilómetros de superficie, once de largo y cuatro en su punto más ancho, la isla cuenta con una población de casi cinco mil habitantes, y acoge pequeñas flotas de turismo atraídas por sus playas paradisiacas y su única población, East Harbor, una larga calle que perfila la silueta de la costa.
La isla, cuyos habitantes provienen desde los descendientes de los Paya -relacionados con los mayas-, fue posteriormente poblada por piratas ingleses y otros habitantes descendientes de Gran Caimán y sus vecinas islas de la bahía; Roatán, Guanaja, Barbareta, Morat, Santa Elena y las Islas del Cisne.
Turistas extranjeros, muchos de ellos convertidos en residentes con el paso del tiempo, convergen con una población cuya fuente de ingresos es el turismo y la agricultura, en un ecosistema marcado por la amabilidad y la tranquilidad que también goza de una atractiva y bohemia vida nocturna.
Con el pescado y el marisco como axioma central, la gastronomía de la isla cuida el producto local desde elaboraciones enriquecidas por la fusión de culturas; caribeños, centroamericanos y africanos.
Desde los ‘tapados’, una sopa espesa con un toque picante y mariscos, hasta las baleadas, plato típico que se extiende por todo el país y que consta de tortillas rellenas de frijoles rojos triturados y quesos, hasta el ‘pescado frito con tajada’, pescado frito servido con rodajas de plátano verde.
Servidos en cucurucho de papel y como una delicia gastronómica para tomar a pie de calle, los ‘camarones empanizados’ son otro de los manjares de esta isla, una de las especialidades del eje de peregrinación gastronómica ‘Restaurante 1104’, donde se sirven junto a salsa tártara y puré de maracuyá.
Frente a esta isla, ya en suelo continental, se encuentra La Ceiba, la capital del departamento de Atlántida y la cuarta ciudad más poblada de Honduras. Un enclave del ecoturismo, asentamiento de los garífunas, una comunidad que habita en La Ceiba, descendientes de la etnia africana y caribeña. Allí convergen desde actividades de playa y de relajación con otras oportunidades de aventuras como senderos, grandes tirolinas, expediciones o rafting por sus grandes ríos.
Ancestralmente conocido como un punto indispensable en el comercio de fruta de la zona por productos como las bananas o la piña, La Ceiba o ‘La novia de Honduras’ es uno de los ejes de mayor comercio exterior de la zona, y también de actividades heterogéneas para sus curiosos visitantes.
Desde el Parque nacional Pico Bonito hasta el Refugio de Vida Silvestre de cuero y salado, con protección a más de 35 especies de animales como el manatí. Otro de los lugares más visitados es la cuenca del río Cangrejal, con multitud de senderos y la posibilidad de realizar rafting en sus aguas.
En contrapunto a los planes de aventuras, La Ceiba cuenta con unas aguas termales que se posicionan como un remanso de paz. Ubicadas en el corazón de la selva tras casi un kilómetro, las aguas calientes de la zona forman piscinas naturales con barros hidratantes para la piel gracias a su contenido de azufre. En fin, una isla caribeña para respirar calma en un mundo asfixiado por la incertidumbre.


José Luis Perelló Cabrera
Investigador. Cátedra de Estudios del Caribe «Norman Girvan»
Universidad de La Habana