La tormenta implacable

Un fallecido, tres, 10, varios heridos, un sospechoso a la fuga, otro baleado por las autoridades, uno que se quitó la vida: en las noticias diarias sobre Estados Unidos abundan datos de este tipo asociados a tiroteos masivos, cuando la violencia armada continúa en esa nación como un mal fuertemente arraigado.

Entre los más recientes sucesos de esa naturaleza estuvo el ocurrido el 21 de enero en la ciudad de Monterey Park, California, cuando una alegre celebración con motivo del Año Nuevo Lunar fue truncada por un tirador que asesinó a 11 personas e hirió a nueve en un salón de baile local.

Dos días después y todavía en medio de la conmoción, ese mismo estado del suroeste norteamericano fue escenario de otro evento fatal, esta vez en la localidad de Half Moon Bay, donde un hombre armado dejó en total siete víctimas mortales.

Más allá de los detalles particulares de estos crímenes, ambos sumaron nuevas cifras negativas en un país con más de un millón de personas muertas a causa de las armas de fuego en tres décadas.

Solo en este primer mes de 2023, sin concluir todavía, ya se registran casi 40 tiroteos masivos.

Epidemia incesante

El propio presidente de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden, se ha referido a la violencia armada como una epidemia de salud pública, debido a la cual perecen más de 40 000 personas anualmente y muchas otras resultan heridas.

Al conmemorar en diciembre pasado el décimo aniversario de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, de Connecticut, el mandatario sostuvo que Estados Unidos debe hacer más en la lucha contra ese flagelo, y llegó a admitir que el Gobierno tiene la obligación moral de aprobar y aplicar leyes al respecto.

De acuerdo con un estudio publicado en noviembre pasado por la revista JAMA Network Open, desde 1990 hasta 2021 perdieron la vida en el país 1 110 421 personas a causa de la violencia armada.

Si en 2004 tales muertes alcanzaron un mínimo de 10 por cada 100 000 habitantes, a partir de 2010 la tasa comenzó a crecer y en el último año analizado en la investigación registró 14,7 decesos por cada 100 000 personas.

La llegada de la Covid-19 pareció echar más leña al fuego: en 2020 y 2021 las defunciones tuvieron una subida de 25 por ciento, cifra impulsada por un aumento de un 40 por ciento en los homicidios y de un 17 por ciento en los suicidios con respecto a 2004.

Eric Fleegler, doctor del Boston Children’s Hospital y uno de los autores del estudio publicado en JAMA, declaró al periódico The Hill que las pérdidas de empleo, la inestabilidad económica y una grave falta de recursos de salud mental podrían haber contribuido al aumento de los fallecimientos.

Sin embargo, también señaló la existencia de un vínculo entre ese sorprendente incremento y el creciente número de estadounidenses que compraron armas durante los primeros días de la pandemia.

En esa misma línea, varias investigaciones advierten que existe una relación clara entre la cantidad de armas en los hogares y la violencia, en tanto un informe presentado este mes por el grupo Everytown for Gun Safety indicó que los estados con leyes más débiles de control de armamento tienen tasas más altas de homicidios y suicidios.

Aunque varias fuentes apuntan lo difícil que resulta calcular la cantidad de armas en manos privadas, el proyecto de investigación Small Arms Survey, con sede en Suiza, estimó que en Estados Unidos hay 393 millones en circulación, un 46 por ciento del total mundial, para una tasa de 120,5 por cada 100 habitantes.

De acuerdo con el Archivo de la Violencia Armada, un grupo sin fines de lucro que posee una extensa base de datos sobre el tema, en las tres primeras semanas de enero ocurrieron en Estados Unidos más de 2 800 defunciones provocadas por armas de fuego, en tanto unas 2100 personas sufrieron lesiones.

Tales cifras son todavía más alarmantes cuando se conoce que los impactos de bala son la principal causa de muerte entre las personas de 0 a 24 años de edad, al superar desde 2017 a los accidentes automovilísticos, según un estudio publicado a finales de 2022 en Pediatrics, revista de la Academia Estadounidense de Pediatría.

Oleada de tiroteos masivos

Mientras la mayoría de esos incidentes violentos y sus víctimas permanecen en el anonimato, sucesos como los acontecidos recientemente en California acaparan titulares por su dimensión.

Estos eventos son calificados como tiroteos masivos, entendidos por el Archivo de la Violencia Armada y otras fuentes como ataques únicos en los que se dispara contra cuatro personas o más, las cuales resultan fallecidas o heridas.

La cantidad de esos hechos creció astronómicamente en menos de una década: en 2014 la agrupación contabilizó 269, para 2019 reportó 417, y en los tres años últimos años la cifra estuvo por encima de los 600 (611 en 2020, 690 en 2021 y 647 en 2022).

Un recuento del sitio digital Business Insider sobre los mayores tiroteos en Estados Unidos apunta que el del Monterey Park se ubica entre los 30 más mortíferos de la historia moderna del país.  

Esa triste lista está encabezada por el sucedido en Las Vegas, Nevada, el 1 de octubre de 2017, cuando un hombre identificado como Stephen Paddock causó la muerte de 58 personas y lesiones a más de 800 al disparar contra una multitud reunida en el festival de música country Route 91 Harvest.

Poco más de un año antes, el 12 de junio de 2016, el club Pulse de Orlando, Florida, fue escenario del segundo mayor tiroteo de la nación, en el que Omar Mateen asesinó a 49 personas e hirió a 53.

Muchos estadounidenses también tienen frescos en su memoria los sucesos del 16 de abril de 2007 en el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, con saldo de 32 fallecidos; y del 14 de diciembre de 2012 en la mencionada primaria Sandy Hook de Connecticut (27 muertos, incluidos 20 niños), entre otros crímenes de esa naturaleza.

Después de cada uno de esos eventos, mientras numerosas familias y comunidades deben enfrentar el luto y el dolor, resurgen los llamados a un control de armas más estricto como la vía necesaria para frenar la epidemia incesante, pero esas peticiones muchas veces son desoídas.

Inacción y leyes insuficientes

Después de hechos impactantes de violencia armada, en otros países del mundo, gobiernos y legislativos suelen impulsar leyes más estrictas sobre la posesión de esos artefactos, lo cual frecuentemente se traduce en una disminución de las muertes relacionadas con las armas de fuego.

Así ocurrió en Australia, donde después de la masacre de Port Arthur en 1996 se adoptaron medidas como prohibir los rifles y escopetas de tiro rápido, y en los 10 años siguientes las víctimas mortales se redujeron en más de un 50 por ciento.

Pero en Estados Unidos una extendida cultura de defensa de la posesión de armas, junto al poderoso lobby a favor de esos medios, representado por la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y otras entidades, y el fuerte compromiso de numerosos políticos con esos grupos de cabildeo, hacen tremendamente difícil la adopción de acciones similares.

Al respecto, la publicación digital Vox.com sostuvo recientemente que aunque la mayoría de los estadounidenses apoya más restricciones, una minoría republicana que se hace oír se opone de manera inequívoca y está dispuesta a presionar a los legisladores del partido.

El Congreso federal aprobó en junio de 2022 la normativa sobre control de armas más importante del país en casi 30 años, la cual incluyó, entre otros aspectos, verificaciones de antecedentes más estrictas para compradores menores de 21 años de edad y destinar 15 000 millones de dólares a programas de salud mental y seguridad escolar.

Si bien esa iniciativa fue considerada un paso de avance, quedó por debajo de las demandas realizadas por figuras demócratas, activistas y organizaciones, que piden medidas adicionales como verificaciones universales de antecedentes, y prohibir las armas de asalto y los cargadores de alta capacidad.

Además, las expectativas generadas por esa norma se vieron opacadas por la Corte Suprema de Justicia del país, de mayoría conservadora, pues en esa misma fecha emitió un controvertido fallo mediante el cual amplió el derecho a portar armas en espacios públicos.

En medio de este contexto y tras los tiroteos más recientes, el jefe de la Casa Blanca pidió al Congreso actuar rápidamente y aprobar una ley para prohibir las armas de asalto.

Más allá de ese llamado de Biden, analistas y medios de comunicación masiva consideran que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes hará muy complicado avanzar una propuesta de ese tipo, por lo que esa y otras posibles soluciones a la violencia armada aún parecen muy lejanas.

José Oscar Fuentes
+ posts