Al parecer de muchos y más allá del optimismo de pocos, el problema carece de una solución a corto plazo y mientras se proponen e impulsan nuevos planes la estadística resulta abrumadora: unos 343 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda.
La cifra de afectados abarca a 74 países y está cerca del insuperable registro correspondiente al azote de la pandemia de la Covid-19, cuyos efectos también resultaron negativos para disímiles sectores de la vida económica y social de cada nación.
Según el informe Perspectiva Global 2025, del Programa Mundial de Alimentos, persiste una alarmante brecha entre necesidades y recursos para enfrentar un mal con sus peores incidencias en Haití, Mali, los territorios palestinos ocupados por Israel, Sudán del Sur y Sudán.
De esa forma, todo indica que en tales lugares aumentarán la hambruna y las muertes, algo igualmente posible en Chad, Líbano, Mozambique, Myanmar, Nigeria, Siria y Yemen, expuso la mencionada fuente.
Otros datos apuntan que a escala global existen mil 100 millones de personas en situación de pobreza multidimensional y casi 500 millones de ellas viven en escenarios de conflictos violentos.
VARIADAS DIFICULTADES
Una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, citada por diversos medios masivos de comunicación, plantea que gran parte de dicha cantidad de pobres no tiene servicios sanitarios adecuados, vivienda o combustible destinado a cocinar.
A eso se suma que los países importadores de alimentos, especialmente aquellos sin monedas depreciadas, continuarán con los altos precios internos de la comida y el escaso poder adquisitivo de los hogares.
También, con el supuesto fin de minimizar las amenazas, diferentes naciones mantienen grandes reservas de divisas, una estrategia que es considerada costosa por expertos en la materia pues se desvían fondos domésticos de inversiones esenciales y se canalizan ahorros hacia países más ricos.
Como antídoto a tal situación, los especialistas plantean el cese de la expoliación o al menos el descenso de su intensidad.
Entonces, sostienen, serán mayores los beneficios de compromisos multilaterales contra el hambre, la miseria y otros flagelos, incluidos los cada vez más crecientes perjuicios al medio ambiente.
AMÉRICA LATINA
Realizado por varias entidades de la Organización de Naciones Unidas, el informe acerca del Estado de la seguridad alimentaria y la mal nutrición en el mundo correspondiente a 2024 evidenció el enorme tramo que se necesita recorrer para lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible en la Agenda 2030 de erradicar tales problemas a nivel global.
Sin embargo, América Latina y el Caribe lograron reducir por segundo año consecutivo la tasa de hambre que pasó de 6,9 por ciento en 2021 a 6,2 por ciento en 2023, lo que significa la eliminación del flagelo en 4,3 millones de personas.
Tal logro no impide a los expertos alertar sobre las significativas disparidades subregionales pues Sudamérica registra un 5,2 por ciento de su población afectada, Centroamérica un 5,8 por ciento y el Caribe un 17,2 por ciento, para un total de 41 millones de personas con hambre.
Una publicación en el sitio digital de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura precisa que la recuperación económica después de la Covid-19, junto con el comercio y los sistemas de protección social, ha sido vital en la lucha contra el hambre y la malnutrición.
Y seguidamente recalca que los avances no han sido suficientes porque los niveles de esos males permanecen superiores a los que existieron antes de la pandemia.
Sin dudas, subrayan voces de autoridades, académicos y ciudadanos comunes, América Latina, al igual que el resto del mundo, debe estar preparada para enfrentar riesgos crecientes en aras de no dejar a nadie desprotegido.
El reto, en un contexto de disímiles crisis, se torna lleno de complejidades, y los escépticos pueden calificarlo, quizás, de muy difícil o extremadamente poco probable de superar.