Las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos dejaron la victoria de Donald Trump, quien en enero próximo tendrá su regreso triunfal a la Casa Blanca, y también representaron una profunda debacle del Partido Demócrata, fuerza política que, además de perder la presidencia del país, sufrió duros golpes en el Congreso.
Ni el hecho de ser sometido a dos juicios políticos, ni su papel en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, ni el haber sido condenado en cuatro procesos penales después de dejar la Casa Blanca, ni su continua retórica ofensiva contra grupos minoritarios como los inmigrantes hicieron mella en el candidato republicano.
Cuando los principales medios de comunicación del país comenzaron a difundir los resultados de los comicios en cada uno de los territorios, las alarmas seguramente se encendieron de inmediato en los predios demócratas: Trump sumaba votos electorales por todas partes, y el mapa estadounidense se fue tiñendo crecientemente de rojo, el color que identifica al ahora fortalecido Partido Republicano.
Al cierre de esta edición, la agencia de noticias Associated Press otorgaba al exmandatario 277 votos electorales, siete por encima del mínimo de 270 necesario para llegar a la presidencia norteamericana, cuando todavía quedaban por contabilizar los de Alaska, Arizona, Nevada y Michigan, en los cuales el exgobernante también mostraba ventaja.
Del otro lado, su rival, Kamala Harris, debió conformarse con victorias en tradicionales bastiones demócratas como California, Nueva York, Illinois y Washington, más otros territorios que la dejaron con apenas 224 votos electorales.
El éxito de Trump tuvo el impulso de su buen desempeño en los llamados estados pendulares, nombre con el cual se conoce a aquellos en los que no hay un candidato favorito antes de los comicios. Él logró dominar en Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte, a priori considerados clave para allanar el camino de cualquiera de los dos aspirantes hacia la Casa Blanca.
Su triunfo se combinó con los buenos resultados de los miembros de su partido en el Congreso. Los republicanos sumaron escaños suficientes en el Senado para hacerse con la superioridad en ese órgano, y todo parece indicar que lograrán retener la mayoría con la cual cuentan actualmente en la Cámara de Representantes. Esto le da a Trump un escenario muy favorable para avanzar su agenda, pues debe contar con amplio apoyo en el legislativo.
LA SORPRESA DEL VOTO LATINO
Antes de los comicios, las encuestas lanzaban señales de alarmas para los demócratas con respecto al voto de los latinos, un grupo demográfico que tradicionalmente ha dado su apoyo a la fuerza azul. En particular, los hombres latinos mostraban un creciente respaldo a Trump, lo cual se confirmó el día de las elecciones.
Una encuesta de la cadena NBC News en la jornada electoral arrojó que el republicano obtuvo el favor del 45 por ciento de los votantes latinos a nivel nacional, en comparación con el 53 por ciento de Harris.
Hace cuatro años, Trump solo había recibido un 32 por ciento de respaldo entre la población hispana, por lo que ahora tuvo una ganancia de 13 puntos porcentuales, la cual, sin dudas, resultó significativa en el resultado final.
Diversas son las razones que podrían explicar este mejor desempeño del ahora presidente electo entre un grupo poblacional con el que, incluso, ha sido ofensivo. Entre ellas está el hecho de que la economía es una preocupación fundamental para los votantes estadounidenses, y ahora parece haber tenido más peso que cuestiones raciales.
Además, ese respaldo creciente se produjo sobre todo entre los hombres, lo cual, según varios medios norteamericanos, puede ser también una señal de sexismo, dado que su rival en las urnas fue Harris.
En los más de 240 años transcurridos desde que George Washington se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos, un total de 45 personas han ocupado ese cargo, y ninguna de ellas ha sido una mujer.











