¿Regresará el republicano Donald Trump a la Casa Blanca? ¿Logrará la demócrata Kamala Harris convertirse en la primera mujer en llegar a la presidencia del país?
Enfocados en esas dos opciones, millones de personas irán a las urnas el venidero 5 de noviembre en Estados Unidos para definir quién guiará las riendas de la nación en los próximos cuatro años.
Diferente a los procesos similares en otras partes del mundo, los comicios norteamericanos tienen características distintivas que los vuelven más peculiares, pues abarcan desde la fecha escogida para realizar el sufragio hasta el papel de cada uno de los estados y la forma en que finalmente se determina quién va a ocupar el máximo cargo.
MARTES DE SUFRAGIO
Aunque en otros lugares del orbe es habitual que las elecciones generales ocurran el fin de semana, fundamentalmente el domingo, en Estados Unidos los comicios se celebran el primer martes después del primer lunes de noviembre, según lo aprobado por el Congreso en una ley federal de 1845.
Tan singular fecha se escogió porque gran parte de la población estadounidense vivía entonces de la agricultura y el Legislativo estimó que noviembre era el mes más adecuado, pues la cosecha ya había concluido y el clima aún permitía largos recorridos hasta los centros de votación.
La decisión de que fuera un martes tuvo que ver, además, con que el domingo solía ser un día dedicado a asistir a la iglesia y el miércoles era la jornada en la que los campesinos acudían al mercado.
Actualmente, la inmensa mayoría de los estados permite la elección anticipada en persona o a través del correo, por lo que millones de estadounidenses emitieron su voto desde septiembre pasado, pero el foco sigue fijado en el 5 de noviembre, el día en que se depositarán muchas papeletas y se comenzarán a conocer los resultados.
EL COLEGIO ELECTORAL
Otra característica de estos comicios es que son un mecanismo de votación indirecta, en el cual los ciudadanos seleccionan a los 538 delegados del Colegio Electoral, quienes, a su vez, eligen directamente a los ocupantes de la presidencia y la vicepresidencia.
Para convertirse en jefe de Estado, un candidato necesita al menos 270 votos electorales.
Estos últimos se distribuyen en un sistema conocido como “el que gana se lleva todo”, pues, en casi la totalidad de los estados, el aspirante que obtiene la mayoría de las boletas se lleva a todos los delegados de ese territorio.
Por tal motivo, en varias ocasiones, el ganador de la presidencia no ha sido el candidato más votado en las urnas, como ocurrió con el propio Trump en 2016, cuando llegó a la Casa Blanca a pesar de recibir tres millones de papeletas menos que su rival demócrata, Hillary Clinton.
California, un tradicional bastión demócrata, es el estado que mayor cantidad de votos electorales concede (54), seguido por Texas (40), Florida (30) y Nueva York (28). En tanto, territorios como las Dakotas, Wyoming y Delaware solo otorgan tres en cada caso.
Más allá de escoger entre Trump y Harris al sucesor de Joe Biden en la mansión presidencial, los estadounidenses seleccionarán el 5 de noviembre a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y 33 de los 100 integrantes del Senado, así como a otros cargos estatales y locales.
En esa jornada, la mirada del mundo estará dirigida a Estados Unidos y sus comicios, que suelen combinar política, dramaturgia y espectáculo.
De momento, las encuestas dan una carrera muy cerrada por la presidencia, por lo que, una vez más, deben resultar claves los llamados estados pendulares (en los que ninguno de los candidatos cuenta con ventaja clara), sobre todo en un proceso en el cual, como se ha visto, los votantes no siempre tienen la última palabra.