La falta de precipitaciones en Colombia, uno de los países más lluviosos del mundo, empieza a adquirir un matiz trágico por las nefastas consecuencias que la prolongada sequía provoca en su ciudadanía y economía.
Esta situación es ya bastante alarmante en la capital, donde se estima que entre residentes, turistas y población flotante cada día hay más de 10 millones de personas.
Desde el pasado abril rige un racionamiento del líquido vital en Bogotá, dividida en nueve sectores, cada uno de los cuales sufre 24 horas de suspensión del servicio cada nueve días.
Más recientemente, se prohibió el empleo del recurso apto para el consumo en actividades tales como el lavado de fachadas, parqueos y vehículos, el riego de jardines, zonas verdes o infraestructura recreacional o deportiva, y el llenado de estanques ornamentales.
Según decretó la Alcaldía, esas acciones sólo podrán realizarse con agua reciclada o de lluvia previamente recolectada o cruda.
Si bien el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales pronosticó desde hace semanas la llegada del fenómeno climatológico La Niña, que acarrea condiciones más húmedas, su arribo a Colombia demoró más de lo previsto.
Dado el panorama, el presidente del país, Gustavo Petro, propuso declarar a la capital en emergencia, puesto que las lluvias recientes resultan insuficientes para que el embalse de Chingaza llegue a sus niveles normales.
El déficit hídrico no es un problema exclusivo de Bogotá, en tanto que la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres anunció la puesta en marcha de un plan con vista a paliar los daños que la intensa sequía provoca en las comunidades amazónicas del país.