Casi 3000 personas perdieron la vida el 11 de septiembre del 2001. Cuatro atentados en Estados Unidos le cambiaban para siempre la cara a las relaciones entre Occidente y Medio Oriente.
Las ciudades de New York, Washington y Shanksville vivieron el horror en carne propia pero el mundo enteró se estremeció por los ataques, adjudicados luego por el grupo terrorista Al Qaeda.
A 20 años de que las televisoras globales divulgaran las impactantes imágenes de las llamadas Torres Gemelas en el bajo Manhattan derrumbándose en llamas, el alcance de los hechos continúa siendo una de las peores tragedias humanas de este siglo.
De los que perecieron durante los ataques iniciales y los colapsos posteriores de las torres, 343 eran bomberos de Nueva York, 23 eran policías de la ciudad y 37 eran agentes de la Autoridad Portuaria.
En el Pentágono, Washington, 184 personas murieron cuando el vuelo 77 de American Airlines, que había sido secuestrado, se estrelló contra el edificio.
Cerca de Shanksville, Pensilvania, 40 pasajeros y miembros de la tripulación a bordo del vuelo 93 de United Airlines fallecieron cuando el avión se estrelló contra un campo. Se cree que los secuestradores estrellaron el avión en ese lugar, y no en su objetivo desconocido, después de que los pasajeros y la tripulación intentaron retomar el control de la cubierta de vuelo.
En julio de 2019 se reveló que sólo 1644 (60%) de los 2753 restos de víctimas del World Trade Center han sido identificados.
Justamente a dos décadas de estos hechos occidente se retira de Afganistán, lugar donde Estados Unidos se propuso cercar y eliminar a la formación terrorista Al Qaeda y a su líder, Osama Bin Laden.
En ese sentido se cierra un capítulo prolongado, pero nuevas interrogantes de vislumbran en el futuro, especialmente con el auge de los movimientos extremistas en numerosas naciones.
De lo que no queda dudas es que el 11-S debe ser un recordatorio permanente para todos de cuánto dolor y muerte causa el odio en su más cruel y descarnada forma: el terrorismo.