Durante años, el cambio climático ha sido abordado principalmente desde sus consecuencias físicas y económicas: el derretimiento de los glaciares, el aumento del nivel del mar, la pérdida de biodiversidad o los incendios forestales. Sin embargo, hay un efecto silencioso, menos visible pero profundamente devastador, que comienza a preocupar cada vez más a los expertos: el impacto del cambio climático en la salud mental.
El nuevo rostro de la ansiedad
Términos como ecoansiedad, solastalgia (la tristeza provocada por la transformación negativa del entorno) o fatiga climática han comenzado a entrar en el vocabulario de psicólogos, psiquiatras y comunidades afectadas por fenómenos naturales extremos. Aunque no están oficialmente reconocidos como trastornos mentales, reflejan una realidad emocional palpable.
En Canadá, donde los efectos del cambio climático se hacen cada vez más evidentes con olas de calor más intensas, incendios forestales sin precedentes y eventos climáticos extremos, la preocupación por el futuro del planeta se ha convertido en una fuente real de estrés, especialmente entre los jóvenes, las comunidades indígenas y los inmigrantes recién llegados que ven en el entorno un símbolo de esperanza y arraigo.
Un problema con rostro humano
El cambio climático no solo causa ansiedad por lo que vendrá; también provoca traumas inmediatos. Las personas que han perdido sus hogares, seres queridos o medios de vida por incendios, inundaciones o sequías enfrentan síntomas similares a los del trastorno de estrés postraumático (TEPT). En muchas comunidades rurales e indígenas de Canadá, donde la relación con la tierra es espiritual y cultural, la degradación del entorno también genera una sensación de duelo ambiental.
Además, los efectos indirectos del cambio climático —como la inseguridad alimentaria, la migración forzada, el aumento del costo de la vida o la pérdida de empleos en sectores agrícolas— impactan de forma directa el bienestar psicológico. En contextos de precariedad, la salud mental es la primera en resentirse.
La comunidad latino-canadiense frente a este desafío
Para la comunidad latinoamericana en Canadá, este tema adquiere una dimensión particular. Muchos migrantes provienen de países donde ya han vivido las consecuencias del cambio climático: sequías prolongadas en Centroamérica, huracanes en el Caribe, incendios forestales en Sudamérica o escasez hídrica en zonas andinas.
Al llegar a Canadá, enfrentan el reto de adaptarse a un entorno nuevo, a menudo más seguro pero no exento de amenazas ecológicas. La nostalgia por los paisajes perdidos, la preocupación por familiares que permanecen en zonas vulnerables y la sensación de impotencia ante una crisis global generan ansiedad y una carga emocional adicional.
Por otro lado, muchas familias latinas que se esfuerzan por salir adelante en contextos de migración priorizan la supervivencia diaria sobre la atención a la salud mental, lo que puede generar un cúmulo de estrés prolongado y silencioso. La normalización del sufrimiento es uno de los grandes desafíos culturales en este tema.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso es reconocer que la salud mental es un componente esencial de la salud general. Instituciones de salud, escuelas, gobiernos locales y medios de comunicación deben incluir la dimensión psicológica del cambio climático en sus campañas, recursos y estrategias.
También es importante promover espacios de diálogo y apoyo dentro de la comunidad, donde se pueda hablar abiertamente de las emociones que esta crisis genera. El arte, la espiritualidad, la conexión con la naturaleza y la acción comunitaria son herramientas valiosas para transformar la ansiedad en resiliencia.
Finalmente, participar en soluciones —por pequeñas que sean— es una forma poderosa de enfrentar la desesperanza. Reciclar, reducir el consumo energético, apoyar políticas ambientales, sembrar un jardín comunitario o participar en marchas ecológicas no solo tiene un impacto en el planeta, sino también en nuestra salud emocional. Nos devuelve la sensación de agencia, de que no estamos indefensos.
Una oportunidad para sanar
El cambio climático es una crisis real y urgente. Pero también puede ser una oportunidad para replantear nuestra forma de habitar el mundo y de cuidarnos mutuamente. Al poner en el centro la salud mental y el bienestar colectivo, no solo estaremos mejor preparados para enfrentar los desafíos que vienen, sino que podremos construir comunidades más solidarias, resilientes y conscientes.
Porque el planeta no solo necesita árboles: también necesita mentes sanas y corazones comprometidos.