En Canadá, la comunidad hispana continúa creciendo en número y en aportes, pero no siempre en visibilidad. Somos más de medio millón de personas repartidas por todo el país —desde Toronto hasta Montreal, Vancouver, Calgary y muchas otras ciudades— que hablamos español, criamos hijos biculturales, trabajamos, estudiamos, emprendemos y enriquecemos el tejido social canadiense con nuestras historias, sabores y valores. Sin embargo, aún enfrentamos un desafío silencioso: la invisibilidad institucional y mediática.
Aunque Canadá se enorgullece de su política de multiculturalismo, muchas veces esta se queda corta cuando se trata de representación real. Los hispanos no solo estamos subrepresentados en los medios de comunicación, sino también en la política, en los espacios de decisión pública, y en las estadísticas que definen políticas sociales. ¿Cómo diseñar soluciones si no se mide nuestra realidad? ¿Cómo exigir derechos cuando ni siquiera se nos nombra?
La pandemia de COVID-19 lo dejó en claro: muchos hispanos trabajaron en sectores esenciales —limpieza, cuidado de personas mayores, salud, construcción, agricultura— y aun así no fueron reconocidos en los discursos oficiales. Los retos de idioma, acceso a servicios de salud mental, estabilidad laboral o vivienda segura siguen afectando a muchas familias latinas. Y, sin embargo, lo enfrentamos con una fortaleza admirable: creando redes de apoyo, compartiendo recursos, cuidándonos entre nosotros. Porque si algo define a nuestra comunidad, es la resiliencia.
Pero la resiliencia no basta. Necesitamos organización. Necesitamos representación. Es hora de que la comunidad hispana levante la voz de forma colectiva. Que exijamos ser incluidos en estudios demográficos, que fortalezcamos nuestros medios de comunicación en español, que apoyemos a líderes hispanos que aspiren a cargos públicos. Es vital que nuestros jóvenes crezcan sabiendo que pueden ser no solo trabajadores ejemplares, sino también directores, concejales, médicos, artistas, periodistas y parlamentarios. No debemos limitarnos al agradecimiento pasivo de “haber sido recibidos”. Como ciudadanos, residentes o estudiantes, tenemos derecho a una vida plena y digna.
Al mismo tiempo, es urgente defender el español como un puente, no como una barrera. Educar a nuestros hijos en su idioma de origen no es un acto de nostalgia, sino una inversión en su identidad y su futuro global. Y promover la cultura hispana —desde el cine, la música y la literatura, hasta las fiestas patrias— es una forma poderosa de resistir a la asimilación forzada que muchas veces silencia lo diverso.
Este es un llamado a todos los hispanos en Canadá: no dejemos que nuestra diversidad se diluya en las estadísticas. Somos muchos. Somos fuertes. Y tenemos una voz que merece ser escuchada.
Porque el futuro de Canadá también se escribe en español.