Cada 10 de diciembre, el mundo recuerda el extraordinario logro de ese día de 1948 cuando las naciones se unieron para firmar la Declaración Universal de Derechos Humanos.
El poder y la relevancia del reconocimiento consagrado en la Declaración – que todos los seres humanos tienen derechos y libertades fundamentales – es más importante que nunca cuando el mundo se enfrenta a una crisis de salud pública sin precedentes.
La Declaración Universal de Derechos Humanos establece una amplia gama de derechos y libertades fundamentales.
En su contenido asegura los derechos de todas las personas en cualquier lugar, sin distinción de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, religión, lengua o cualquier otra condición.
A 73 años del nacimiento de la declaración aún persisten lamentablemente frecuentes violaciones de estos derechos elementales en numerosos países del mundo. Millones de personas cada año se ven violentadas, abusadas, obligadas a abandonar sus hogares y hasta asesinadas ante la impunidad de sus gobiernos y de otras naciones. La crisis de la Covid-19 demostró también cómo aún los inmigrantes y las naciones de bajos recursos son ignoradas en la carrera por la vida.
Canadá goza de reputación a nivel global por su rol en la defensa de derechos humanos, a lo cual se suma un firme reconocimiento de derechos civiles y políticos fundamentales garantizados por la Carta Canadiense de Derechos y Libertades.
Sin embargo, organizaciones como Amnistía Internacional instan al gobierno a mejorar su trabajo en temas como la protección a mujeres violentadas, derechos de inmigrantes y la reconciliación e inclusión de los pueblos originarios y comunidades de afrodescendientes.
En una nación plural como Canadá el compromiso con una sociedad donde todos gocen de los mismos derechos es deber impostergable y fundamental.