n una sociedad cada vez más diversa y multicultural como la canadiense, y particularmente en las comunidades hispanas que contribuyen con entusiasmo y trabajo al tejido social del país, respetar las normas de conducta en los espacios públicos es más que una regla de convivencia: es un acto de responsabilidad colectiva.
Los espacios públicos —parques, estaciones de transporte, centros comunitarios, calles y plazas— son extensiones del hogar común. Son lugares donde convivimos con personas de distintos orígenes, creencias, edades y costumbres. Por ello, el respeto mutuo no es negociable. Mantener una actitud cívica no solo mejora la calidad de vida de todos, sino que también fortalece la imagen y el legado de nuestras comunidades como parte activa y positiva de este país.
Normas tan básicas como no tirar basura, moderar el volumen al hablar o al reproducir música, cuidar el mobiliario urbano o respetar las filas, pueden parecer pequeñas, pero reflejan grandes valores: educación, empatía y sentido de pertenencia. Una comunidad que cuida sus espacios públicos demuestra respeto por sí misma y por los demás. Y eso tiene un efecto multiplicador.
En muchas ciudades de Canadá, se han dado casos de conflictos por incumplimiento de estas normas. Desde actos de vandalismo hasta el uso indebido de parques o estaciones de tren, lo que en principio podría parecer una “pequeña falta” se convierte en una cadena de molestias que degrada el entorno y genera tensiones innecesarias. Esto es especialmente delicado en contextos de diversidad cultural, donde el comportamiento individual puede influir en la percepción colectiva.
La comunidad hispana en Canadá tiene mucho que aportar. Somos una comunidad alegre, trabajadora, solidaria. Pero también debemos ser conscientes de que nuestras acciones en lo cotidiano —como recoger los desechos después de un picnic en el parque o ceder el asiento a una persona mayor— hablan de nuestros valores y ayudan a construir puentes con el resto de la sociedad.
Las normas de conducta no son una imposición caprichosa. Son acuerdos sociales mínimos para garantizar el bienestar de todos. Si aspiramos a que nuestros hijos crezcan en un entorno seguro, limpio y respetuoso, debemos modelar ese comportamiento cada día, no solo en casa, sino también en los espacios públicos.
El llamado es claro: reforcemos en nuestras comunidades el valor del respeto, del orden y del civismo. Practiquemos y enseñemos que el espacio público es de todos, y por lo tanto, es responsabilidad de cada uno cuidarlo.
Porque cuando actuamos con conciencia y respeto, no solo mejoramos nuestro entorno, también damos un mensaje poderoso: queremos ser parte activa de un país donde la convivencia armoniosa no es una meta, sino una práctica diaria.