El diseño hostil y la exclusión de los vulnerables

El hombre (podemos llamarlo John porque no conocemos ni importa conocer su nombre verdadero) camina lentamente, como arrastrando, más que sus pies, el alma. El calor hace sentir el rigor agobiante de los veranos de Toronto…  Es mediodía, y las calles que atraviesa, en dirección al pequeño parque, están semidesiertas.

En la habitación del shelter en que vive y que comparte con otros como él, esa es la hora peor. El aire no circula, los malos olores se estancan como invitados de piedra y el malhumor en que se traduce la frustración de los demás se torna insoportable.

El parque lo recibe con su quietud amigable y sombreada. El calor puede ser el mismo que en el shelter o en la calle pero tiene tonos diferentes y amables. Invita a recordar épocas mejores, en la que los sueños parecían posibles y esos recuerdos aparecen no como añoranzas de lo que ha perdido inexorablemente sino, y esto es lo bueno de los parques en los mediodías de verano, como memorias atesoradas que nadie nos quita.  Habrán en su siesta, posiblemente, voces que retornan, sonrisas de alguien querido que se acerca sin importar los años transcurridos. Ensoñaciones en una fugaz siesta en la paz de un parque. Algo a lo que cualquiera tiene derecho…

Pero esta vez es diferente. Los bancos en los que ha dormitado a lo largo de varios veranos como éste, han sido renovados y en su lugar hay otros de nuevo diseño. Algo que, como una mancha todavía poco visible, se va extendiendo por una ciudad que apenas percibe el horror de lo que en su nombre se hace.

Se lo llama, en las pocas ocasiones en la que se lo promueve abiertamente, “diseño defensivo”. Los arquitectos y urbanistas con sensibilidad social lo llaman “diseño hostil” o “diseño excluyente”.

En este caso se trata “simplemente” de un posabrazos en la parte central del banco. Para quienes nos sentamos por un momento a la sombra puede representar sólo un “algo” que está ahí y que nos separa de la persona que se siente a nuestro lado. Una obsesión por la distancia… Una defensa de nuestra espacio, casi intrascendente por innecesaria y banal.

Para John, en cambio, es una pérdida más de las muchas que ha sufrido. Una nueva señal de la ciudad que le indica que los demás no quieren que esté en donde puedan verlo.

El espacio público y los indeseables

Las estrategias de “defensa” que buscan hacer del espacio público una zona acotada y a prueba de indeseables, son múltiples.

Bancos inclinados en 120º y sin repaldo, superficies curvas en los que no sólo es imposible que se acueste una persona sin hogar o un adulto mayor que tiene necesidad de descansar, sino que “invitan” a cualquiera, independientemente de su edad o condición social, a permanecer poco tiempo. Artefactos de diseño pretendidamente ultramoderno en los que sólo es posible apoyar una parte del cuerpo mientras se espera. Estaciones de subway sin baños. Conos de metal, piedras incrustadas en el pavimento y objetos decididamente peligrosos en escalones o en superficies en donde alguien podría sentarse o sobre las que un adolecente podría verse tentado a jugar o merodear. Grandes espacios, como los que existen debajo de las highways, especialmente preparados para evitar que sirvan de cobijo en invierno a las personas sin techo.

Se trata, en última instancia, de apartar de nuestra vista a los que evidencian en sus cuerpos, en sus ropas o en su actitud, su inadecuación o su fracaso. Diseñar lo público para que queden fuera quienes nos podrían hacer dudar del sueño puritano del éxito individual, el “trabajo duro” y la recompensa.

Cara Chellew, investigadora de la Universidad de York, comenzó a interesarse en este tema y a recoger imágenes y testimonios de diseño urbano hostil primero en Toronto y luego en otras ciudades de Canadá, Norte América y Europa. En el sitio web de su proyecto se pueden encontrar cientos de fotografías que documentan los mecanismos a través de los cuales las ciudades van creando ambientes hostiles de modo de excluir, apartar e invisibilzar a las personas más vulnerables (mujeres solas con niños, jóvenes conflictivos, inmigrantes recientes, personas pobres y sin hogar, o aquellas que padecen adicciones y/o problemas de salud mental).

Son tendencias que aún no están totalmente instaladas entre nosotros pero que ganan espacio sin que lo percibamos y se lo quitan a quienes menos espacio propio tienen y menos espacio público disfrutan. Y, como ella misma nos advierte en #defensiveTO “de nosotros depende que aquello que nos pertenece a todos, esté al servicio de todos, sin exclusiones”.

Pero hay aún otra faceta del diseño hostil, no tan terrible como la exclusión, pero igualmente perversa. La incomodidad programada.

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