Lenguaje, guerra, inmigración y drogas

Entrevista exclusiva a Oswaldo Zavala – Alejandro Soifer*

Oswaldo Zavala nació y creció en Ciudad Juárez, uno de los puntos más calientes de la frontera entre Estados Unidos y México. Él puede decir que la conoce bien porque cruzó esa frontera ida y vuelta casi todos los días durante los años que duraron sus estudios en El Paso, Texas, la ciudad que está enfrentada a su ciudad natal.
Trabajó como periodista durante muchos años y obtuvo un doble doctorado en la University of Texas y en la Université de Paris III, Sorbonne Nouvelle. Actualmente vive en Staten Island, New York City, donde es profesor en el Graduate Center de CUNY y en el College of Staten Island.
Más recientemente publicó un ensayo que se convirtió en un best-seller en su país con el provocativo título de “Los cárteles no existen”.
De paso por nuestra ciudad para dar dos conferencias durante el Simposio Levy-Wasteneys organizado por los estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Toronto, lo entrevistamos para Correo.

¿Qué significa que “los cárteles no existen”?

Cuando yo digo que los cárteles no existen estoy proponiendo una crítica primero al lenguaje, al concepto de cártel y estas prácticas de representación que utilizan el gobierno de México y el gobierno de los Estados Unidos para referirse al crimen organizado. Y a partir de esta crítica que hago del lenguaje, se deriva una crítica a la manera en que se capitaliza ese lenguaje para guiar la política pública de seguridad nacional.

En el nivel del lenguaje, los cárteles no existen porque la idea de cártel es un concepto que ha sido tomado del campo de la economía para dar la ilusión de que los traficantes operan en esa franca asociación delictiva que puede transgredir los límites del Estado e incluso proponer esta economía trasnacional y violenta, organizada para concertar y manipular los precios de la droga a nivel global.

El problema principal de esta denominación es que no describe bien lo que probablemente sea una realidad más precarizada; es decir, los traficantes, lejos de formar un cártel son pequeñas pandillas que gozan de una autonomía muy relativa con respecto al poder oficial y que tienen un rango de actividad muy corto. Generalmente sí consiguen mover cierta droga, moverse alrededor de un espacio de criminalidad, pero de ninguna manera logran asociarse para construir y manipular un producto a nivel global. Y eso es lo que la palabra “cártel” significa: diferentes productores se asocian horizontalmente para manipular el precio de ese producto.
Trasladada al campo del crimen organizado, la palabra cártel es una antinomia porque estos grupos no operan colaborando para manipular los precios de la cocaína, la marihuana o las metanfetaminas sino que se hacen la guerra entre sí.

Por esa razón la palabra cártel es inapropiada para describir lo que sucede. Pero lo más importante es que con la palabra cártel se construye una narrativa desde el discurso oficial que exagera el poder de estos traficantes, exagera sus alcances, y termina justificando el aparato de seguridad que luego se organiza para subsumirlos.

Entonces, respondiendo la pregunta, los cárteles no existen; sí existe el tráfico de drogas pero no de ese tamaño. Sí existe la violencia pero la violencia no está asociada directamente con los traficantes sino que la mayoría de la violencia, y acá hay mucho trabajo académico hecho al respecto, se establece en una correlación directa con la presencia de la militarización.

Hay más de un trabajo serio, estadístico y basado en las cifras oficiales que demuestra claramente que el alza de la violencia en México, que sufrimos a partir de 2007, está directamente relacionada con el esfuerzo de militarización en el país.

Entonces, no sólo no hay cárteles sino que tampoco hay guerras de cárteles porque los cárteles no están realmente ahí. Lo que tenemos es la violenta estrategia de militarización, de ocupación del territorio. Y esa ocupación se lleva a cabo para otros fines, que no son los del combate al narcotráfico.

¿Entonces a qué te referís con esa ocupación del territorio que mencionás si no es para “controlar la plaza” como dice la literatura periodística y oficial?

Hay varias posibilidades de respuesta, creo que se va reacondicionando dependiendo del contexto al que nos estamos refiriendo. También eso es parte del problema del discurso oficial: que tendemos a simplificar la violencia y la aparición de estos grupos de traficantes y a pensarlos como algo homogéneo, como una especie de ente que se repite y se extrapola de un contexto al otro, de Tamaulipas a Chihuahua, de Chihuahua a Michoacán, etc.

Siguiendo el trabajo de periodistas que han cuestionado muy bien este lenguaje, como Dawn Paley, una primera respuesta aparece cuando se menciona extracción y narcotráfico. En muchas zonas, donde supuestamente operan estos reinos, estos imperios de droga y tráfico, están ocurriendo al mismo tiempo procesos de extracción de recursos naturales.

El caso más significativo es Tamaulipas donde hay un yacimiento de gas natural importantísimo. La violencia permitió despoblar múltiples ejidos que de otro modo habrían entorpecido la construcción de gasoductos. En Tamaulipas la narrativa del narco está disuadiendo a la opinión pública. Lo que dicen es que allí hay narcotraficantes que tienen un control territorial soberano y eso dificulta el trabajo periodístico, el trabajo derechohumanista y ciertamente el trabajo policial en sentido estricto. Para un policía con buenas intenciones es muy difícil penetrar el espacio de Tamaulipas porque ya de entrada está rodeado de esta aura de soberanía narco.

Ahora bien, si los cárteles no existen, ¿cuál es el sentido de decir “guerra contra las drogas”?

Es parte del discurso. Cuando he dado clases para periodistas siempre les explico que un trabajo serio periodístico no puede asumir estas palabras como objetos reales. Siempre que yo uso la palabra cártel en un texto mío, aparece entre comillas. Al menos es lo que procuro hacer y con Guerra contra las drogas sucede la mismo. Un nombre más justo a esto es militarización, guerra de exterminio, incluso quizás la palabra “guerra” es problemática porque en una guerra tienes partes que se combaten entre sí hasta la aniquilación o el vencimiento de una de las dos partes.
En el caso de la guerra contra el narco una de las partes atacadas no tiene esa capacidad de fuego. Los traficantes no son ni por asomo comparables con el ejército o la marina, por lo que no tienes en realidad un bando que resiste la militarización. De hecho hay estudios muy serios y claros que muestran que el perfil medio de la víctima de las fuerzas armadas es un hombre de entre 18 y 25 años, pobre, sin educación, generalmente sin familia y sin empleo que habita las zonas más pobres de México. No es el traficante del jet-set, bien vestido, etc.


¿Hasta qué punto las producciones culturales que tratan el tema del narco contribuyen a la construcción de la realidad y hasta qué punto surgen como reflejo de la realidad?

Creo que ambas cosas. Creo que mucha de la producción novelística en torno al narco y del periodismo sobre el narco fue profundamente mediada por el discurso oficial. Es el resultado de una imaginación que primero ofreció una explicación que venía del gobierno. Sobre todo a partir de mediados de la década de los 90s cuando empezó a circular esa idea de que el traficante era una amenaza real y que su violencia podía convertir al país en un “país de fosas” como ahora se le llama.

El discurso literario trabajó variaciones de ese imaginario pero también es cierto que al momento de su consumo, de su lectura, de ser interiorizado, fue incorporado a un habitus colectivo que confunde esa percepción con la realidad. De modo que ha terminado performatizado de modos extra literarios.

Hay un momento que a mí me parece muy irónico y muy interesante que fue cuando el Chapo Guzmán conoció a Kate del Castillo, la actriz que protagonizó La Reina del Sur, la telenovela basada en la novela de Pérez-Reverte. Cuando el Chapo la conoce en buena medida lo que está ocurriendo es que tanto ella como él en realidad están operando fielmente dentro del discurso oficial que los reúne.

Es decir que actuaron el rol que les han asignado.

Sí, y performatizaron el deseo de ese discurso porque finalmente Kate del Castillo cree que va a conocer al mayor traficante de la historia de México y el Chapo cree que va a conocer a quien simboliza a la Reina del Sur, la traficante mitológica más importante en la historia de las producciones culturales mexicanas.

Mucho de lo que se habló esa noche del encuentro fue cómo asegurar que el Chapo apoyara y estuviera de acuerdo en hacer una película sobre su vida. El Chapo finalmente lo que quería era consolidar su propio mito, el mito que él mismo sabía falso pero que podía existir a nivel discursivo. Entonces es interesante pensar que finalmente lo que los reúne es una inercia de discurso, una forma de representación. Y que ellos en realidad no se observan a sí mismos sino a esas representaciones.

Has dicho que con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador han habido avances y retrocesos ¿cuáles serían éstos a tu entender?

AMLO fue electo con un discurso de pacificación muy importante que proponía un giro político y material a esta mal llamada “guerra contra las drogas”.

Se pensaba en dos niveles: por un lado se propuso resignificar el tráfico y consumo de drogas como un problema de salud pública y ello se acompañó de un discurso de amnistía para aquellos que hubieran cometido delitos menores, como por ejemplo portar drogas. Por otra parte, se propuso desmilitarizar el país.

Estos dos puntos están en la dirección correcta. En efecto se han promovido y se han llevado más o menos a cabo. Sí ha habido una clara resignificación del narcotráfico como un problema no grave y ya se propuso la ley de amnistía y se creó la Guardia Nacional para gradualmente sustituir al ejército en las tareas de seguridad. Es decir, la Guardia Nacional si bien está constituida por elementos del ejército y la policía federal, está destinada a convertirse en una fuerza totalmente civil en cinco años. Eso me pareció digno de ser bienvenido.

Por otra parte, me parece que precisamente como el discurso de seguridad nacional es un discurso sin contenido fijo, está readaptándose peligrosamente en dos direcciones. Primero está la llamada “guerra contra el huachicoleo” (nota: ladrones de combustible) que además curiosamente fue bautizada así por los medios de comunicación, no por el gobierno federal que se rehusó a utilizar la palabra “guerra”.

Se ha construido este supuesto espacio nuevo de criminalidad donde grupos organizados se dedican al robo y la venta ilegal de combustibles y se llaman a sí mismos cárteles y el gobierno también los reconoce como tales.

Por otro lado está la guerra, o el espacio de guerra que ha desatado el presidente Donald Trump en contra de los migrantes, y que recientemente ha obligado al gobierno mexicano a utilizar la Guardia Nacional en las fronteras.

Entonces hay un enorme despliegue, parece que ya son treinta mil soldados en la frontera norte y sur para detener migrantes. Eso me preocupa mucho porque el migrante aparece aquí desposeído de entidad como sujeto político, el migrante no es una persona sino una cosa, es una amenaza. Entones el gobierno de AMLO que es muy siniestro en este punto, habla de rescatar migrantes a la hora de detenerlos y ya no habla deportaciones sino de “actos de devolución”. Entonces se devuelve al migrante a su casa para llevarlo a salvo. Esos me parecen usos del lenguaje extremadamente siniestros y son consecuentes con este giro de securitarismo que dio el gobierno de Donald Trump y que está resignificando ya no sólo la amenaza de seguridad en el rostro del traficante latinoamericano sino en el rostro del latinoamericano a secas.


Alejandro Soifer nació en Buenos Aires en 1983. Se licenció en Letras en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo un M.A. en Latin American Literature en la University of Toronto donde actualmente cursa sus estudios de Doctorado en la misma área.
Es autor de seis libros publicados. Artículos suyos han aparecido en medios de prensa de Argentina y Colombia.

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